Tiene entre 24 y 26 años y son estudiantes o egresados de la UBA. Están armando una base de datos por países sobre el avance de la pandemia.
Hace poco más de dos años, cuando mandó el currículum, Clara no hubiera imaginado tener que estar pegando un comunicado del gobierno chino en el traductor de Google para ver qué pasos daban para la prevención de un virus que se convertía en pandemia. Tampoco Sofía hubiese creído que estaría parada frente a un auditorio de expertos en Carolina del Norte explicando la investigación que había realizado. O Julián, en alguno de sus viajes en colectivo y tren desde San Isidro a Flores, no hubiera sospechado que ahora iba a estar reclutando pacientes con síntomas recientes de coronavirus para una investigación con plasma.
“Son excepcionales”, resume Fernando Polack, el director de la Fundación Infant y una especie de director técnico de estos jóvenes talentos de la medicina a los que llama “Los 7 magníficos”.
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“Los chicos vienen trabajando hace un tiempo con nosotros. La mayoría ya estuvo en congresos internacionales y participó de investigaciones, pero cuando empezó la pandemia formaron una especie de grupo comando de apoyo a las tareas”, detalla.
A cada uno de estos siete talentos de la Universidad de Buenos Aires (UBA) se les asignó un país. Aquí Polack en lugar de un director técnico podría entrar en el rol de El Profesor de La Casa de Papel. Y repartió las cartas: Estados Unidos, China, Alemania, Italia, España… La tarea fue armar una base de datos con un seguimiento pormenorizado de cada experiencia. ¿Cuándo tuvo su primer caso? ¿Qué medidas tomó ese país? ¿Estaba preparado el sistema de salud para afrontar una pandemia? ¿Qué herramientas tecnológicas utilizaron?
El grupo de WhatsApp se llama “Las Sofías”. Y la explicación no es muy rebuscada: de los siete integrantes tres se llaman así. A pasar lista: Sofía Aranda, Sofía Jares, Sofía Laudanno (las razones del nombre del grupo), Clara Sánchez Yanotti, Florencia Nowogrodzki, Julián De Luca y Juan Gutman.
El futuro ya llegó
Los chicos coinciden en que están haciendo equilibrio en una contradicción: por un lado no les resulta grato ser parte de una pandemia que paralizó la cotidianeidad de todo el mundo, pero a su vez se entusiasman por la ventana que abrió a su vocación este contexto. Un universo nuevo para investigar, estudiar, buscar respuestas.
“Como experiencia esto es algo único. Nos hace crecer como profesionales y también a nivel personal. A mí cuando arrancó la pandemia me tocó analizar lo que pasaba en Corea del Sur. Y encarar los textos en coreano… se complicaba”, cuenta Julián (24) que vive en San Isidro y tiene al arte como cable a tierra: estudió canto, toca la guitarra y también incursionó en actuación. Dice que para el fútbol tiene “dos piernas izquierdas” y que esa frustración lo llevó hacia otros pasatiempos.
Sofía Aranda (25) se recibió de médica en marzo, justo una semana antes que se decretara el aislamiento. Incluso el trámite del título quedó en pausa y deberá esperar a que se retomen las actividades. Vive en San Telmo, estudió en la Escuela de Música Popular de Avellaneda y lleva el ritmo en la sangre. Su mamá es bailarina de tango y han hecho dúo en bares de la zona. “Siempre quise hacer investigación –aclara-. A los 4 años decía que quería ser astronauta y a los 5 ya quería ser científica. Después, a los 12 cuando fui de vacaciones a Puerto Madryn quedé enamorada de un museo de biología marina. O sea, la ciencia me gustó siempre”.
En el Instituto Infant, los 7 estudiantes de medicina que trabajan con Fernando Polack. (Juano Tesone)
¿Y ahora? “Y ahora todos los días parece algo nuevo, no tenés tiempo de aburrirte. Es una relación amor/odio con la pandemia. Por un lado es desgastante, no tenemos horarios, se trabaja cuando se tiene que trabajar. Pero nos gusta lo que hacemos y eso es lo más importante”.
La familia de Clara (25) vive en Cipoletti y desde que empezó la pandemia están más en contacto que antes. “Allá también tienen contagios comunitarios así que estamos parecido”, advierte.
De arranque se abocó a la situación en China, el primer eslabón del coronavirus. Y más allá de tener también el obstáculo lógico del idioma, destaca los reflejos rápidos que se activaron en Wugan para aislar a la ciudad.
“Ahora estamos trabajando con la evaluación de plasma de convalecientes. Como el paciente para ingresar tiene que tener menos de 48 horas desde que se detectaron los síntomas es súper complicado identificarlos tan rápido. Y estoy aprendiendo un montonazo, yo no había trabajado en ensayos clínicos. Nos damos cuenta de lo que es trabajar con los tiempos en una pandemia: todo es urgente”.
A Florencia (24) sus amigas la toman como la voz autorizada para hablar de la pandemia. Como ocurre con muchos médicos, se encarga de aclararles que todavía hay muchas preguntas sin respuestas. “Es una situación fea y estresante para todos, pero dentro de todo lo oscuro para nosotros es algo desafiante, divertido. Te dan ganas de levantarte y ponerte a leer, informarte”.
La cuarentena le puso freno a una de sus pasiones, el hockey. Ya no puede ir a entrenarse al Club Italiano donde juega hace 10 años. Aunque en contrapartida el aislamiento le dio más tiempo para otro de sus gustos, la cocina. “Soy vegetariana así que trato de conocer comidas nuevas o cocinar las cosas de otra forma. Hago un brownie de batata que me encanta”.
Florencia, que está en Infant hace dos años y que anteriormente trabajó en una investigación en prematuros, se ocupó de estudiar el día a día de Italia. “Creo que cuando el coronavirus llegó a Europa el mundo todavía no había tomado consciencia de lo que pasaba. Estaba el ejemplo de China, obvio; pero, al ser culturalmente tan diferente, las decisiones a tomar también eran distintas”.
Juan Gutman (26) es el biólogo del grupo. Se recibió el año pasado y sueña con dedicarse a la investigación y poder colaborar con algún descubrimiento que pueda tener impacto en la salud pública.
“Es muy estimulante lo que estamos viviendo. Me siento parte de una problemática tan enorme… Y es interesante ver qué estrategia toma cada país ante la pandemia no solo por su cultura sino también por las distintas valoraciones que el gobierno de turno les da a la ciencia y a las recomendaciones de los expertos”.
A Sofía Jares (24) le quedan dos finales para recibirse. Nació en Madrid y vivió ahí hasta los 9 años. Ahora reside en Palermo con su familia. Estudia francés, le gusta cocinar y en 2018 estuvo trabajando tres meses en Dublin para mejorar su nivel de inglés.
A ella le tocó analizar Singapur. “Me sorprendió que tenía un nivel de preparación previa impresionante. No partían de cero como pasó acá en Latinoamérica. Como había sufrido mucho con la pandemia (influenza H1N1) de 2008 ya tenía centros de atención preparados y enseguida se pusieron a trabajar para hacer test de detección del virus. Y es interesante ver que hay medidas que se pueden tomar de acuerdo a cada cultura: por ejemplo, en Corea o en Singapur tienen mucho control informático de la población, mediante una aplicación el celular te rastrean los contactos o siguen los gastos de tu tarjeta… Acá eso es más difícil”.
Ahora está entusiasmada con el estudio de plasma de convalecientes. “Esta buenísimo porque es más aplicado a la medicina, a buscar un tratamiento, una forma de prevención”.
Para Sofía Laudanno (24) la medicina es parte de su escenario cotidiano. Vive en Colegiales con su papá que es jefe de gastroenterología, con su mamá que es bioquímica en el Malbrán y con su hermana que está estudiando en la facultad. “En los primeros años de cursada nadie tiene idea de lo que es la investigación así que es un mundo nuevo. Nunca en mi vida había leído un paper”, apunta.
En Infant arrancó a trabajar con un proyecto sobre higiene, después siguió con otro sobre interferones, una sustancia que secretan las células en respuesta a un agente viral. Y gracias a esa investigación viajó a un Congreso en Carolina del Norte y expuso ante un auditorio de expertos. “Me temblaban un poco las piernas, estaba asustadísima. Pero me súper prepararon, me hicieron practicar, estuvo muy bueno”.
Sofía canta y fue la voz de una banda de cumbia que tocaba en bares y clubes. Estudió chino, estudia francés, le gusta leer, ahora está enganchada con la temática feminista y con un libro de Malén Denis.
Cuando comenzó la pandemia le tocó analizar el caso de Estados Unidos. “Enseguida notamos que el modelo oriental era mucho mejor que el occidental. “Lo peor es que tenía que ir analizando Estado por Estado, no podía meterme en la web del gobierno de Estados Unidos para ver las determinaciones globales. Cada uno hacía lo que quería. Fue un caos”.
Del aula al laboratorio
Si Polack es el actual director técnico de estos siete jóvenes, previamente Jorge Geffner actuó como cazatalentos. Es el director de cátedra de Inmunología, una materia que se cursa en tercer año de la Facultad de Medicina. Pasan por sus aulas alrededor de 1.800 alumnos por año y, para tener un ida y vuelta más personalizado, armó una escuela de ayudantes integrada por alumnos que están cursando el último tramo de la carrera o recibidos recientemente.
“Este grupo es bárbaro. Mirá que yo tengo más de 64 años, hace 30 que hago docencia universitaria y lo de estos chicos es impresionante. No fallan una vez. Es uno de los logros más lindos de mi vida. La motivación que tienen estos pibes es tremenda. Y a mí que ya soy medio jovato me emociona”, cuenta Geffner sobre el grupo de estudiantes que ahora está trabajando con Polack en el Instituto Infant.
“Antes que todo, son un grupo de tipos muy inteligentes, muy motivados –agrega Polack-. Y que en 20 años pueden proyectarse como los líderes de la medicina en el país. Tienen Inquietud, capacidad, inteligencia que los posiciona para alcanzar un nivel mundial. Un ejemplo: todos ellos tienen algún artículo publicado en una revista indexada de investigación. Eso es algo que puede llegar a conseguirse a los 40 años más o menos. Bueno, ellos ya lo lograron a los veintipico”.
Ambos remarcan que hay más talentos asomando. Un grupo de estudiantes está abocado a un trabajo en sociedad con el Hospital de Clínicas también de plasma de convalecientes pero con pacientes severos. Otros colaboran con el PAMI. Y hay más jóvenes, también de ayudantes de la materia Inmunología, que trabajan en la Facultad de Medicina con recepción de muestras para detección de diagnóstico de Covid-19.
La fábrica de plasma
En la Fundación Infant un equipo de médicos liderado por Fernando Polack aspira a detectar el Covid-19 cuando insinúa los primeros síntomas. Y neutralizarlo gracias al plasma de convaleciente, que es el líquido de la sangre que tiene anticuerpos.
En este proyecto trabajan los siete jóvenes talentos que, en conexión con el ministerio de Salud y con los municipios, gestionan la búsqueda de personas mayores de 65 años que estén cursando las primeras 48 horas de síntomas del virus para incluirlos al protocolo.
Tal como explicó Polack en una nota con este diario, la “máquina de plasma” resultaría una herramienta clave contra el coronavirus “mientras no exista una vacuna”.
El plasma de pacientes recuperados se ha usado durante décadas para tratar enfermedades infecciosas, entre ellas el ébola, la gripe H1N1 y el Mers.El objetivo del estudio es ver si el plasma puede más temprano que tarde reducir el coronavirus a un catarro viral
Fuente: El Clarín