Desde la Fundación Económica de Desarrollo y Capacitación Regional (
Un viejo proverbio árabe del siglo XVI, inicia lal nota, dice que el café es como leche para los pensadores y los jugadores de ajedrez. Me gusta el café y tomar un cortado (sobre todo con buena compañía) marca indudablemente un momento importante del día. ¿Pero quien dijo que disfrutar de este placer me tiene que hacer sentir estafado? ¿Cómo puede ser, que algo tan rico se transforme en abuso de mi bolsillo?
Por razones profesionales viajo mucho y al vivir en nuestra linda provincia, paso con frecuencia por el aeropuerto de Salta. Como economista el costo de vida es un tema de estudio interesante. En consecuencia había decidido, hace dos años atrás, integrar el precio del café cortado en el aeropuerto de Salta a mis análisis.
En Mayo 2010 costaba 9,50 $ (al cambio de 3,93 pesos por USD equivalía a unos 2,42 USD). En estos días (Mayo 2012) ha pasado a costar 17,50 $ (al cambio de 4,45 pesos por USD son 3,93 USD). ¿Se puede creer eso? En dos años el precio experimentó una suba del 84% – casi se ha doblado. En dólares ha subido un 62% en unos 24 meses. ¡Además se trata de un café normal, de origen nacional!
Más allá de la ofensa a los viajeros salteños que representa este precio desmedido, nos tenemos que preguntar cómo estamos tratando al turista extranjero. Estimado lector: aunque no lo crea, ese mismo cortado cuesta más barato en todos los grandes aeropuertos del mundo que en nuestro pequeño aeropuerto de Gral. Martín Miguel de Güemes. En los aeropuertos de Estados Unidos y Europa se consigue un cortado generalmente entre 2,15 USD y 3 USD. Nadie lo paga 4 USD, salvo el viajero que decida abonar caro el privilegio de tomarse un cortado en el aeropuerto de nuestra Salta.
¿No le parece increíble? ¿Será ese precio la imagen de despedida que queremos dar a la gente que nos viene a visitar en nuestra linda ciudad?
Un proverbio turco dice que el café ideal es negro como el diablo, caliente como el infierno, puro como un ángel y suave como el amor – no dice que debe causar un “gusto amargo”.
¿Podemos permitirnos seguir así?, finaliza su nota el economista Harald Roy