Tenía 23 de sus 41 años cuando subió a un avión por primera vez. Fue un vuelo de cabotaje, por trabajo. Aunque estaba nervioso, Mariano Longo se dispuso con entereza a sentir algo de claustrofobia, a tener miedo, a marearse. Tal como decían que era volar. Pero nada que ver, la experiencia le resultó fascinante. A casi dos décadas de aquel bautismo en el aire, hoy es el dueño de una empresa que provee de piezas a las principales aerolíneas del mundo, desde pequeños tornillos o aspas de turbinas hasta motores enteros en algunos casos.
Tuvo casi 20 empleos diferentes antes de llegar hasta acá. “Cambiar de trabajo para mí es sinónimo de crecer, me siento cómodo en las entrevistas laborales, donde me sale el ansia de progresar”, dice Mariano como justificativo de su dinamismo frenético.
Siempre busca ganar más. Y más. Y más. El pibe que empezó a trabajar a los 15 años en McDonald’s, que fue cadete de la tienda Peter Kent, que pasó por el área de ventas de BIC, Swiss Just, SC Johnson y Sancor, que fue relacionista público de políticos menemistas en los 90 y emprendedor gastronómico de sushi -con champán- en el delarruismo de principios del 2000; ese pibe fundó hace siete años una empresa que “empezó con una inversión de US$60.000 y ahora está valuada en US$250 millones”, se jacta Longo.
Con pasaporte europeo en mano, y sin saber pronunciar ni una palabra en inglés, Mariano migró a Inglaterra en 2009. Recorrió el camino inverso al que había trazado su padre después de la Segunda Guerra Mundial, cuando vino a la Argentina desde Italia. Si bien Mario Longo nunca llegó a hacerse millonario -eso lo lograría su hijo-, tampoco le fue mal. Compró unos terrenos en Pinamar antes de que fuera un balneario de moda y un local en Recoleta, donde puso una peluquería con su hermano. “El Tano siempre fue muy laburador”, dice Mariano al referirse a su papá. “Salió a trabajar desde muy chico para ayudar a mi nona, que estaba sola y cosía sombreros. Él era de Catania, era un tipo duro y me enseñó el valor del esfuerzo”.
Mariano nació en Capital Federal y se crio en una localidad de la Zona Norte bonaerense: Don Torcuato. Por el cielo de su infancia pasaban constantemente los aviones que partían o llegaban al aeropuerto cercano. Él nunca les prestó demasiada atención, pero los tenía ahí, dando vueltas sobre su cabeza, como aves que anticipaban algo de todo lo que vendría.
Inglaterra fue amor a primera vista. Mariano se había tomado dos semanas de vacaciones en BIC (donde trabajaba como jefe de ventas) para ir a visitar a su medio hermano que vivía en Guildford, una ciudad inglesa al sur del país. “Me explotó la cabeza. Fui y volví solo para renunciar a mi trabajo, agarrar mis cosas e instalarme allá. Fue la decisión más fácil que tomé en mi vida”, recuerda. “Vi que en el Reino Unido existía una relación diferente entre lo que uno se esfuerza y lo que obtiene a cambio. Vi otro tipo de calidad de vida, otra posibilidad de acceder a lo que yo quería. Y ahora sé que fui capaz de hacer lo que hice porque estaba en el lugar indicado”.
Lo primero fue instalarse en Richmond para estudiar el idioma, obligarse a prescindir por completo del español con tal de dejar de balbucear en las entrevistas de trabajo a las que llegaba con un enriquecido currículum y un lenguaje tan pobre que rebotaba. Hasta que le ofrecieron un puesto en una empresa de aviación, orientado al mercado de habla hispana. Era un rubro de la industria que desconocía por completo y, como pasajero, apenas tenía tres o cuatro experiencias de vuelo. Empezó como asistente de ventas de piezas de fuselaje para AAR Corporation y, al tiempo, ya dominaba el lenguaje, vendía más que sus jefes y cada vez llegaba a más cantidad de países. Pasó a GA Telesis, una compañía similar, en la que terminó de escalar y aprender todo lo que le faltaba para despegar por su cuenta.
La vio con claridad, la dibujó en su cabeza, la soñó y la creó. En 2013, Mariano Longo fundó la compañía Aeroset.
En un comienzo, la empresa era él solo. Montó una estructura low cost y armó una operatoria muy simple para comercializar repuestos de motores de aviones. El talento como encantador de serpientes, que le había dado tanto rédito en su carrera de vendedor, hizo todo el resto.
Recuerda que a los pocos meses de desembolsar US$60.000 como inversión inicial, ya había firmado sus primeros contratos y la cantidad de ceros se había multiplicado. Cuenta que hoy, Aeroset factura unos US$40 millones al año.
Con oficinas en Portugal, Inglaterra, Estados Unidos, Malta y Hong Kong -además de plantas de distribución en Londres y en Miami-, la firma maneja una cartera de clientes en la que están British Airways, Alitalia, Air France, GOL, Lufthansa e Iberia, entre otras de las principales aerolíneas del mundo.
“Arrancamos con piezas muy pequeñas y terminamos vendiendo motores completos en algunos casos. Creció el negocio, la cantidad de gente que trabaja y de clientes, pero no la complejidad. La operatoria se mantiene simple como cuando era yo solo. Tenemos una dinámica superágil, la rapidez con la que tomamos las decisiones y nos adaptamos nos identifica”.
La mayoría de los niños sueña con ser futbolista. Realista y consciente de sus limitaciones, Mariano nunca se lo propuso, pero sí quería jugar en primera. Racinguista hasta la médula, creció sufriendo por un equipo que intentaba ascender en una carrera épica y llena de romanticismo.
De alguna manera, Mariano iba a entrar a la cancha, a jugar en primera y hasta a triunfar frente a su adversario en el clásico: Independiente. Pero lo haría de una manera insospechada.
En febrero de este año, Aeroset se convirtió en el patrocinador principal de la camiseta de Racing Club de Avellaneda. Se dio el gusto: “Soy el tipo más feliz del mundo al ver a «mi» Aeroset en el pecho de los jugadores del equipo que amo”, dice. “Siempre actúo arrastrado por el corazón, primero, y decido con la cabeza después. Lo de Racing fue ciento por ciento corazón”. No le genera ninguna ganancia comercial, pero el beneficio personal es desmesurado. Como cumplir el sueño del pibe.
Al llegar a Inglaterra, Mariano pidió un crédito para comprar un departamento. “Mi viejo decía que había que laburar mucho, que había que hacer plata y ponerla en viajes y en ladrillos. Ahora tengo 50 propiedades, que les alquilo principalmente a futbolistas, y visité 52 países. Hasta llegar a los 100 no paro”, desafía el que siempre va por más. “Pero soy el mismo que a los 15 pasaba el trapo en McDonald’s”, aclara. Aunque tenga cuatro autos y muchas casas, por más que maneje un negocio grande y que viaje por el mundo, llega el final del día y yo soy ese mismo que usaba los pines de una hamburguesería, orgulloso como si fueran condecoraciones de guerra. La guita cambia solamente a los débiles. Lo sé porque yo la tengo. Si fuera diferente por eso, le estaría faltando el respeto a la educación que mis padres me dieron”.
Fuente: lanacion.com.ar