Su emprendimiento arrancó en pandemia y en el medio del campo. Corría 2018 cuando Camila Del Valle, una joven licenciada en Marketing dejó todo y se fue a vivir Australia con una meta clara: tener una experiencia de vida y probar suerte en un país que le pudiera dar estabilidad económica y seguridad.
En Buenos Aires estaba haciendo una pasantía en una reconocida empresa multinacional, pero no le llenaba y había algo de ese país remoto que le generaba mucha intriga y curiosidad. Con algunos ahorros y una cuota de incertidumbre se lanzó a la aventura.
Quería probar suerte, conocer otra cultura, cambiar de aire. Durante el primer año tuvo varios empleos informales y en el segundo se fue a vivir al campo con su novio que había conseguido allí un trabajo. Mientras tanto, ella trabajaba de moza en algunos restaurantes del pueblo.
Una iniciativa impensada
Muchas veces y de manera inesperada la vida pega un volantazo y cambia de rumbo. Cuando Camila creía que estaba encaminada hacia sus objetivos, llegó la pandemia y se quedó sin empleo porque el restaurante donde trabajaba cerró. “Fue duro, estábamos muy solos, alejados y con las fronteras cerradas. Necesitaba tener una actividad”, confiesa.
De golpe, se encontró cara a cara con ese vacío que genera tanto tiempo libre y decidió estudiar para complementar su carrera. “Hice una capacitación para aprender a usar programas de diseño. Cuando terminé me pregunté qué podía hacer para explotar todo lo que había aprendido”, cuenta. Y siguiendo su impulso interno, decidió emprender.
Era la primera vez que esta joven incursionaba en la cocina, pero estaba decidida: “necesitaba ocupar mi tiempo y tener urgente un ingreso”, dice Camila. Para dar a conocer su proyecto armó un flyer que pegó en la cartelera del supermercado del pueblo y lo difundió por los chats de las localidades vecinas. “No sabía cómo iba a impactar lo que hacía, si iba a interesar, era una novedad, pero de a poquito empecé a tener pedidos. La gente se empezó a familiarizar con el sabor”, comenta la emprendedora.
Se proponía desembarcar con un proyecto innovador y creativo para una sociedad que poco y nada sabía sobre la existencia del dulce de leche. Así creó Argentinian Delights, un emprendimiento de alfajores que hoy se puso de moda en la cultura aussie.
Al principio y sin utensilios de cocina, se las ingeniaba con lo que tenía. “Para rellenar los alfajores usaba una bolsa de lentejas como manga”, recuerda Del Valle entre risas. De a poco se fue perfeccionando. En ese momento, el promedio de ventas era de seis docenas por semana, en total hacía 72 unidades y en su mayoría eran por encargo. Hoy hace aproximadamente 30 docenas por semana, es decir, 360 alfajores que se venden entre US$4,50 y US$5 cada uno.
Un trabajo de hormiga
La idea fue suya pero como no sabía cocinar pidió ayuda a una amiga pastelera. Intuía que no podía fallar: los alfajores son un clásico que no pasan de moda, perfectos para el momento de antojo dulce, ideales como snack o para llevar de regalo, ¿quién se niega a uno? En este producto, Camila encontró un potencial negocio. En su menú ofrece siete variedades, todos rellenos de dulce de leche -que ella misma lo prepara- y una opción con dulce de membrillo. “Lo que cambia es la masa, la forma y la decoración, a veces los hago temáticos”, explica la emprendedora.
Camila arrancaba cocinando al alba, preparaba los pedidos y a la tarde los repartía y hacía la compra de mercadería. “Me ocupaba de todo, hasta del delivery. Fue y es muy sacrificado porque la ciudad más cerca está a dos horas de auto desde mi casa en el campo”, comenta.
Las repercusiones de los clientes la sorprendieron: “Los adolescentes se filmaban mientras los probaban y mandaban videos a sus amigos explicándoles lo que estaban comiendo”, recuerda.
Y no se olvida de la primera tanda de tapitas de alfajores que se le quemó toda: “La cocina demanda muchas horas y detrás de esos sabores hay un enorme trabajo, aprendizaje y dedicación”, detalla.
Hoy no solo hace entregas a domicilio también se presenta en ferias, eventos y en los mercados de los distintos pueblos. Además vende su mercadería en distintos comercios que la ofrecen de manera permanente. El paso que se viene es la inauguración de un food truck en el mes de junio, una asignatura que tenía pendiente y que está a punto de concretar.
En la cocina encontró un trabajo que le apasiona y su cable a tierra en Australia, un lugar que le abrió las puertas y la hizo sentir como en casa: “Se vive más tranquilo, la economía es estable y te permite proyectar y crecer”.
Por Melanie Shulman
Fuente: La Nación