La minería argentina se encuentra en una encrucijada histórica. Con vastas reservas de litio, oro y cobre, el país tiene la posibilidad de convertirse en un actor estratégico en la reconfiguración geopolítica global. Sin embargo, esta promesa choca de frente con la inestabilidad económica interna y las crecientes tensiones internacionales, que exigen a los potenciales proveedores más que solo riqueza en recursos.
En un encuentro de la Cámara Argentina de Empresarios Mineros (CAEM), que se llevó a cabo ayer, expertos económicos y geopolíticos pusieron el foco en los desafíos que enfrenta el sector. Si bien la inflación ha mostrado signos de desaceleración, aún es una variable frágil, y el consumo interno permanece estancado, lo que convierte a la minería en uno de los pocos motores con potencial para impulsar la economía nacional.
Radiografía económica: Luces y sombras
El economista Lorenzo Sigaut Gravina, durante su exposición, matizó el optimismo sobre algunos indicadores. “La inflación perforó el 2% en mayo, lo que es una buena noticia, pero el futuro depende del tipo de cambio y del ajuste fiscal”, advirtió. Mientras los salarios del sector privado comienzan a mostrar una leve recuperación, los empleados públicos y los jubilados siguen perdiendo poder adquisitivo, ampliando la brecha social.
El empleo formal también sufre un retroceso, con un preocupante desplazamiento hacia trabajos informales, y aseguró que el consumo masivo permanecía en “estado de coma”. Solo los bienes durables e importados exhiben un buen desempeño, impulsados por una apreciación cambiaria que, a largo plazo, podría generar consecuencias adversas.
Gravina también puso de relieve un riesgo subestimado pero crítico: la deficiente infraestructura y la fragilidad logística del país. “Incluso con exportaciones récord, Argentina necesitará más de US$ 115.000 millones hasta 2030 para sostenerse”, sentenció, subrayando que sin inversiones estratégicas en estos rubros, el impulso minero podría disolverse como un espejismo.
El nuevo tablero global
La verdadera sacudida, sin embargo, viene del exterior. Natalia Izquierdo, Directora de Operaciones de Abeceb, explicó que el mundo está experimentando un profundo giro estratégico. “Ya no se trata solo de eficiencia económica, sino de seguridad, resiliencia y alianzas geopolíticas“, afirmó. La guerra en Ucrania, la creciente tensión entre Estados Unidos y China, y el conflicto en el Mar Rojo no son hechos aislados, sino síntomas de un nuevo paradigma global.
En este nuevo escenario, las cadenas de suministro se reconfiguran, las inversiones se vuelven más selectivas y los países priorizan proveedores confiables por encima de los meramente baratos. En este contexto, la rica dotación de minerales de Argentina —litio, oro y cobre— representa una oportunidad clara. Pero para capitalizarla, el país debe jugar bien sus cartas, ofreciendo contratos transparentes, trazabilidad ambiental rigurosa y marcos legales estables. Sin estos pilares, el riesgo de quedar al margen del juego global es alto.
Un panorama volátil
Izquierdo fue contundente al analizar la situación de los principales minerales. El oro argentino se fortalece como un refugio seguro ante la incertidumbre global, un valor tradicional que cobra relevancia en tiempos turbulentos. Sin embargo, el litio y el cobre enfrentan una presión bajista debido a la sobreoferta global y a que su refinación sigue estando dominada en gran parte por China, un factor de riesgo geopolítico para otros mercados.
Si bien Estados Unidos y Europa están endureciendo los aranceles a productos industriales, por ahora los minerales estratégicos como el litio, el oro y el cobre se mantienen exentos. Esta “ventana de oportunidad” podría cerrarse si Argentina no logra diferenciarse como un socio confiable y predecible.
En síntesis, terminada la charla, la idea que sobrevuela es que la minería argentina se encuentra en una delgada línea. Por un lado, la inmensa promesa de ser protagonista en el nuevo orden mundial de los recursos naturales; por otro, los riesgos tangibles de quedar relegada por falta de previsibilidad, reglas claras e infraestructura adecuada. “El capital internacional está dispuesto a invertir, pero ya no a ciegas. El futuro minero dependerá menos del precio del oro y más de la capacidad del país para ofrecer certidumbre”, concluyó Izquierdo, dejando en claro que el reloj corre.
Fuente: Más Energía