“No me fui escapando de nada. Tampoco es que estaba mal en Argentina o que quería otro futuro. Tenía ganas de vivir algo distinto, de ponerme a prueba a mí misma”, dice María Eugenia Ferreras acerca de su decisión de emigrar a España.
Eña, como se hace llamar, tiene 32 años y es la menor de dos hermanas. De Nelson, un pequeño pueblo del norte de Santa Fe, cuando terminó el secundario se instaló en Buenos Aires para estudiar Publicidad en la Asociación de Agencias. Fue justamente mientras trabajaba en una agencia, ya un poco hastiada del rubro, que empezó a fantasear con la posibilidad de irse a vivir al exterior.
Primero pensó en Italia, pero al final su destino fue Madrid. Desde allí, sentada en la habitación del piso que comparte con otras tres personas, Eña se conecta al zoom con Infobae. La idea de contar su experiencia sin “edulcorar” el tema la entusiasma. Meses atrás, incluso, dio su testimonio para el “Club de Emigrados”, una comunidad creada por dos argentinas (Laura Otero y Juliana Bereny), que busca generar un espacio de pertenencia entre los que emigran a Madrid.
En ese posteo Eña relató su experiencia, bastante lejana al imaginario social que circula acerca de emigrar, y la describió como un “anti caso de éxito”. “No viví ese ideal migratorio de viajar todos los fines de semana y ahorrar mil euros por mes; pero viví, y todavía estoy viviendo, los años en los que más estoy aprendiendo sobre mí misma y sobre la vida. Si estás leyendo esto desde Argentina y estás planeando emigrar, consejo: no planees tanto. Como dice Mike Tyson: ‘Todos tenemos un plan, hasta que recibimos el primer golpe en la cara’”, escribió la joven.
Ese primer “golpe” al que se refirió Eña fue la pandemia: dos meses y medio después de aterrizar en España quedó confinada. Cuando quiso volver a ponerse de pie, un par de puños que no vio venir la dejaron “contra las cuerdas”. “Me vine en pareja y, al año y medio, me separé; cambié seis veces de trabajo; pasé unas fiestas encerrada con COVID-19 y tuve una gastritis que duró seis meses. Recién ahora, a casi tres años de emigrar, estoy en paz con mi decisión”, contó.
Infobae se puso en contacto con ella para profundizar en su vivencia y romper algunos mitos acerca de la vida en el extranjero. De la expectativa a la realidad; de seguir en lo “conocido” a dar un salto y de sentir culpa a estar en paz. A continuación, su relato en primera persona, y sus aprendizajes.
Expectativa vs. realidad
“Llegué a Madrid con mucho ímpetu. Creía que podía comerme el mundo. Pensaba: ‘Yo ya me fui a vivir de un pueblito a Buenos Aires y me la banqué’. Además había viajado sola a otros países y me había llevado bien con otras culturas. Antes de viajar planifiqué todo lo que pude. Busqué en blogs y en grupos de Facebook testimonios de otras personas que habían emigrado a Madrid. También me informé sobre los trámites que tenía que hacer una vez que estuviera allá: desde gestionar el NIE (Número de Identidad de Extranjero), hasta cómo hacer para abrir una cuenta bancaria, buscar trabajo y conseguir un piso para vivir. En marzo, cuando ya estaba instalada y trabajando, llegó algo para lo que no estaba preparada: una pandemia. Yo me sorprendí mucho de cómo reaccioné. Creí que estaba más preparada y, con el paso del tiempo, toda esa fuerza arrolladora con la que llegué empezó a desvanecerse. Por eso siempre digo que, más allá de los papeles y de los ahorros, es importante prepararse internamente para emigrar porque emigrar siempre te va a golpear”.
Seguir en lo “conocido” vs. dar un salto
“Yo estudié Publicidad y me dediqué a eso durante diez años. En el medio, sin embargo, comencé a interesarme por el rubro de la cerveza artesanal. Me armé una cuenta de instagram (@the_beerbaby), hice algunos cursos y certificaciones, conocí a la comunidad de mujeres cerveceras, pero no iba a dejar todo para dedicarme a eso. Al menos no en Argentina. ‘Capaz cambiar de escenario me da ese impulso’, pensé. Y bueno, al final, fue así. Después de pasar por cinco puestos (trabajé de camarera en dos bares, en dos call centers y en una agencia de publicidad), desde hace unos meses, integro una consultora donde me dedico a ser sommelier de cerveza. Hago catas, comunicaciones y divulgación de cultura cervecera. De alguna manera tiene mucho que ver con lo que hice toda mi vida, solo que en vez de hacerlo para distintos clientes, ahora lo hago con un producto en particular. Yo agradezco cada uno de los trabajos por los que pasé acá en Madrid, porque los tuve en el momento justo. Uno cree que, como en España se habla el mismo idioma las cosas van a ser parecidas, pero hay una barrera cultural. Lo sentí mucho en el proceso de búsqueda laboral: una cosa es que te rechacen en tu ‘especialidad’, pero cuando te pasa en un puesto que podría hacer cualquiera, te quedás mal”.
Sentimiento de culpa vs. estar en paz
“Cuando emigrás todo cobra otra dimensión. Cualquier cosa que sale mal, pesa el doble. ¿Por qué? Porque lo que tenías para reconfortarte en tu país, en tu nuevo lugar no lo tenés. O no lo tenés de la misma manera. Hay que tener mucha energía para no “venirse abajo”. Yo llegué a Madrid estando en pareja y, al año y medio, me separé. Después, los amigos con los que compartía piso se fueron y, como durante el encierro no pude hacer muchos vínculos, me quedé bastante sola. Creo que el hecho de que no me saliera ‘todo bien’ de entrada me descolocó y, durante mucho tiempo, me culpé a mí misma. Decía: ‘Esto en Argentina lo solucionaba yendo a tomar un café con mi amigo Matías y ahora no lo tengo’. Después entendí que mis afectos de Argentina siguen estando y yo también para ellos. En ese proceso estuve muy mal de salud porque, obviamente, todo lo que me pasó repercutió en mi cuerpo. Por eso, casi todo el 2021 lo dediqué a ‘rearmarme’ después de todos esos imprevistos. Fui paso a paso. En ese camino, hacer terapia fue fundamental. Otra cosa que me hizo muy bien fue conocer personas que estuvieran en la misma situación que yo. Hacer comunidad con otros argentinos que emigraron a Madrid me ayudó a sentirme menos sola y a bajar ansiedades. Por eso digo que ahora, a casi tres años de haber emigrado, las cosas se empezaron a acomodar un poco y eso me da mucha paz”.
Aprendizajes
“Antes de emigrar creía que podía hacer cualquier cosa. Después entendí que, por más plan que hagas, se te puede venir el mundo abajo por una circunstancia externa, como nos pasó a todos en 2020. Sobreponerse a lo inesperado es el verdadero éxito”.
“Las oportunidades están. Lógicamente, depende de la energía que tengas para encontrarlas y aprovecharlas. En ese sentido estoy orgullosa de cómo me las rebusqué en un montón de situaciones. Desde que llegué nunca me faltó trabajo, nunca me faltó una casa y nunca estuve sola. Incluso, cuando creí que estaba sola logré hacer nuevos vínculos o me las ingenié para estar más cerca de mis vínculos de Argentina”.
“Hay que tener cuidado con lo que uno desea. Cuando llegué a Madrid quería vivir algo diferente, ‘ponerme a prueba’, como dije al principio. ¡Y vaya que me puse a prueba! La pandemia me llevó a lugares impensados, me noqueó. Y en esa pelea terminé encontrándome a mí misma. No sé si me voy a quedar para siempre acá. Nada me ata y sigo aventurándome. Quizás ahora con más certezas, pero como pasaron tantos imprevistos no me niego a que puedan aparecer nuevos”.