Entre montañas y dormido en el tiempo, Iruya se presenta con la majestuosidad de sus paisajes y un encantador pueblo. Su iglesia, sus casas y empinadas callecitas de piedra, hablan de las formas típicas de la vida de su gente, resguardándolo del fragor de las grandes ciudades, pero con todo el confort en su hostería.
Como salido de una postal, Iruya invita al descanso y a la meditación, pero también al asombro a través de cabalgatas, caminatas o la práctica de trecking.
Su nombre significa "Paja brava" o "Lugar de los pastos altos" en lengua quechua. La más importante de todas las festividades tiene lugar el primer fin de semana de octubre, con los cultos de la Virgen del Rosario, donde lo pagano y lo religioso se confunden en un sincretismo único.
Cientos de lugareños movidos por su fe participan de los actos religiosos cantando, rezando y ejecutando instrumentos autóctonos (quenas, cajas y sikus). Acompañan la música con el baile típico de los "cachis", un grupo de personas disfrazadas con máscaras, cuya danza simboliza la eterna lucha entre el bien y el mal.
Al pie de Iruya, en el lecho de su río, se origina el comercio de trueque establecido entre sus pobladores, los habitantes de la Alta Puna y otras localidades aledañas.
Junio, julio, agosto, setiembre y octubre son los meses ideales para visitar Iruya, por las condiciones climáticas de la zona.
Para llegar desde la ciudad de Salta se sale por la ruta 34 y se continúa por la ruta 50. Hay que transitar desde Humahuaca (Jujuy) unos 20 kilómetros, girar a la derecha, donde comienza un camino de tierra que conduce a Iturbe (Jujuy) y luego vuelve a transitar por suelo salteño, hasta llegar al "pueblo colgado del cielo".