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Entrevista Dossierweb. María Emilia Oviedo, de Chaka Runa: “Nuestros clientes nos cuentan cómo les mejoró la salud a partir de cambiar su alimentación”

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María Emilia Oviedo se formó como arquitecta, se graduó, y mientras ejercía en la empresa familiar y en forma particular, una voz interior la inquietaba. Algo le faltaba. Vino un período de búsqueda, exploración y autoconocimiento que la llevó a adentrarse en el mundo de la “alimentación consciente”. En ese proceso descubrió a los alimentos probióticos, y la importancia de consumir alimentos que provienen de la agroecología –producidos sin fertilizantes– y el beneficio que directo que producen en la salud del intestino. Detrás de esa explicación, se intuye, hay una cosmovisión de vida que confronta e interpela el consumo de alimentos industriales, ultraprocesados y no saludables.

En un diálogo cálido con Dossierweb, María Emilia, fundadora junto a una amiga y socia de la eco tienda Chaka Runa, deja en claro que este emprendimiento sólido y que crece día a día, va más allá de la mera fabricación de un producto como el kéfir, o de la venta de alimentos agroecológicos y sustentables propios y de otros productores. “El intestino es vida y si está sano nos mantiene sanos integralmente”, dice, y cuenta cómo pasaron de tener un puesto en el Mercado Vaquereño y a atender en un garage, a crear un almacén de alimentos saludables, abrir un restaurante, y a producir alimentos agroecológicos en dos fincas, en San Lorenzo y Cafayate. “Estamos en esa construcción hacia la parte más comercial”, dice Oviedo, con voz calma, para revelar que “estamos enamoradas del camino, independientemente del resultado final”.

Especial Dossierweb

En pleno centro, en Zuviría 475, Chaka Runa, un oasis de calma, productos puros y buena alimentación

– ¿Cómo fue el proceso de nacimiento, el génesis de Chakaruna como un emprendimiento de venta de productos agroecológicos y de alimentación saludable?

Chakaruna nace como una búsqueda interna, de encontrarme con lo que quería hacer. Y en este camino, en el que pasé por algunas terapias de autoconocimiento que incluían un cambio de alimentación, empecé a relacionar cuánto tiene que ver la alimentación con nuestra con nuestro estado, no solo físico sino también emocional, espiritual, la claridad mental. Así di con este cambio de alimentación con una amiga, Tatiana Ret, que hoy es mi socia, y empezamos a conocer la importancia de los probióticos y el efecto que tenía en nuestro organismo. Vimos que el intestino es vida y si está sano nos mantiene sanos en la integralmente. Y hará hace unos siete años, tomamos la decisión de hacer y vender kefir, que es un probiótico, en el Mercado Vaquereño. No era nada nuevo, ya muchísima gente lo conocía. Y comenzamos a sumar panes de masa madre con harinas orgánicas, chucrut, todo en la línea de lo que sería positivo consumir para un cambio en la microbiota del intestino.

– Fueron sumando productos pero sin estar en un negocio formal.

Sí, empezamos a sumar productos, a traer verduras orgánicas, de productores de primera mano, y llegábamos a otras personas que quizás no sabían cómo llegar a una verdura agroecológica, sin fertilizantes. En ese momento traíamos verduras de un productor de Jujuy, hasta que empezamos a investigar qué productores había en Salta. Nos encontramos con personas que estaban en la misma instancia. No éramos las únicas, sino que este cambio se dio o se está dando a nivel humano, no sé si generacional, o de la humanidad, pero sí notamos que la gente estaba buscando otra forma de alimentarse. Y a la vez, en todo este proceso, fuimos también cambiando y creciendo, porque la venta en la feria estaba bien pero ya no se nos dificultaba traer u ofrecer otros productos.

Luego de la tienda vino el restaurante, abastecido con verduras y hortalizas propias, sin pesticidas

– ¿Ahí es donde dan un salto hacia la eco tienda de calle Zuviría?

Sí, estuvimos luego de la feria un año y medio dando vueltas hasta que nos decidimos a abrir un local. Primero les pedimos prestado el garaje a mis viejos. Pusimos un tablón, y ahí iban a buscar el kéfir, el pan, las verduras, hasta que abrimos un local y además de vender todos estos productos agroecológicos.

– ¿Y luego vino el espacio de gastronomía?

Sí, al tiempo abrimos el restaurante en la casa que está detrás de la tienda. En su momento ofrecíamos un menú diario, con recetas domésticas, con platos que comíamos en nuestras casas, con platos e ingredientes locales. Elaborábamos comidas con las verduras de productores de la misma feria, o de finca La Frutilla o de La Huella o de Jujuy. Y en un momento nos vimos sin verdura orgánica, y nos hicimos la pregunta: si vamos a seguir haciendo un producto, por ejemplo, los panes, los fermentos, procuremos que sean de materia prima agroecológica. Así surgió la idea y la posibilidad de armar una huerta en un campo de mi familia, que en ese momento era ganadero, y había una cabaña de caballos criollos. No tenía una actividad productiva en cuanto a granos y alimentos para para seres humanos. A lo sumo, había para forraje.

La especialidad de la casa: el kéfir, ‘bendición’ en turco; o conocido también como el elixir de la larga vida

– ¿Ahí es cuando entra la finca La Ciénaga, en San Lorenzo, como otro brazo de la producción de productos agroecológicos?

Sí, empezamos a armar una huerta chiquita y a buscar gente que nos colabore y tenga conocimientos porque el trabajo en la tierra no era lo mío. Y también coincidió con que mis hijas entraron a la escuela Tawa, de pedagogía Waldorf. Ahí encontré muchas familias que me compartieron un montón de saberes. Hoy pasamos de una huerta pequeña de hortalizas a una hectárea y media. Con el trigo empezamos con un cuarto de hectárea y este año sembramos 10 ha., para abastecer a Chaka Runa, para vender harina, y para abastecer a la escuela Tawa, que produce pan artesanal para la venta con su emprendimiento Madre Pan. Todo hecho con el sentido de engranar trabajo, de incluir y que se vayan armando redes. Plantamos semillas, los niños de la escuela sembraron en el campo como parte de su formación. Todo con la idea de tener materia prima para los productos que elaboramos. Hoy en Chaka Runa tenemos verduras y hortalizas de nuestro campo, y las pastas, por ejemplo, las hacemos con harinas agroecológicas propias de trigo sembrado y cosechado por nosotros.

– ¿Tienen otra finca en producción en los Valles Calchaquíes no?

En Cafayate tenemos la finca Chuscha, de 10 ha. En principio había nogales. Y lo que estamos haciendo es diversificar y nutrir la tierra. Estamos en ese trabajo, y hace cinco años que no echamos ningún producto. Hoy estamos produciendo nueces agroecológicas. Ahora pusimos sembradíos de la zona, como papines, maíz, habas, zapallo, como para ir generando una pequeña huerta. La idea es traer para Salta pero también dejar en los Valles, porque se ve mucha viña pero no pequeños productores, casi ya no quedan. Estamos descubriendo molinos antiguos, de productores que hacían maíz o trigo, que se movían a tracción del río.

Emilia cree en el trabajo en red, por eso vinculó la finca con la experiencia pedagógica de escuela Tawa

– ¿Cómo es sostener un emprendimiento, en cierto modo, disruptivo, que tiene el eje en alimentos naturales, agroecológicos, limpios de fertilizantes o de productos que son cuestionados por su impactos en la salud de las personas?

– Ha sido y es bien gratificante. Tenemos algunas clientas y clientes que nos conocen desde nuestros inicios y nos cuentan cómo les mejoró la salud a partir de los cambios de alimentación que hicieron, e incluso a nivel ambiental. La devolución de los clientes es muy gratificante, es lo que nos mantiene más allá de lo económico. Porque hay momentos donde se pone todo más difícil, y en otros más fluido, pero hasta ahora nunca nos vimos en la necesidad de cerrar. Todo el tiempo confiando. Los clientes se van felices, independientemente de que compren o no. Prueban algo, preguntan, conocen, y siento que algo de todo esto se contagia. Y a la vez es motivador para nosotras y nos mantiene haciendo, y seguimos adelante porque confiamos y porque estamos enamoradas del camino, independientemente del objetivo del resultado final.

– Hay una idea predominante de que todo negocio debe dar ganancias. ¿Cómo concilian esa visión con la de ofrecer productos agroecológicos que tienen un sentido menos mercantilista?

Estamos en construcción, lo vamos descubriendo a medida que avanzamos. Quizás si la motivación hubiera sido de entrada un número preciso, no hubiéramos durado. Por ejemplo, con las nueces estamos buscando un mercado fijo, aprendiendo, viendo el tema de las certificaciones para estar en una góndola y que sepan que es orgánica y tener un precio de producto orgánico que compita. Estamos en esa construcción hacia la parte más comercial.


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