Un posteo en el blog del Banco Central, Central de Ideas, generó revuelo en los últimos días. Fue un artículo escrito por un investigador del Conicet que destacaba la “cuestión cultural” que une a los argentinos con el dólar, analizada desde una mirada sociológica. Sus detractores, claro, se centraban en una mirada economicista: los argentinos recurren al billete estadounidense por la debilidad del peso, argumentaban.
La tesis que da origen a ese artículo fue desarrollada en el libro El dólar: historia de una moneda argentina, publicado en 2019 por los investigadores sociales Ariel Wilkis (autor del posteo en el blog del Central) y Mariana Luzzi, quien dialogó con LA NACION para explicar por qué pensar al dólar desde un punto de vista cultural no quita que haya otros factores que influyen en la obsesión de los argentinos con este billete.
En el posteo del blog del Central, su compañero planteó, por ejemplo, que “la restricción externa y la historia inflacionaria son condiciones necesarias, pero no suficientes para comprender los usos y significados del dólar” y que la cultura monetaria argentina fue formateada por dispositivos culturales que familiarizaron al dólar como una moneda ordinaria en la vida económica y política de nuestro país.
Para la socióloga, “cultura y economía no se autoexcluyen” y se puede historizar la relación de los argentinos con esta moneda desde un punto de vista social “sin negar que hay elementos económicos”, como la dinámica de los mercados cambiarios y la posición de la economía argentina en la escena global. “Todo eso está dentro de la ecuación, pero si alguien que nunca tuvo dólares en su billetera está siguiendo lo que pasa con la cotización y eso le dice algo sobre su vida cotidiana, también hay un tema sociológico”, argumenta.
Para Luzzi, en la preferencia de los argentinos por el dólar no hay solamente variables económicas, aunque sí reconoce que es una alternativa fácil y simple como instrumento de ahorro. “Hay inflación y eso hace que se deprecien nuestros ingresos, y eso podría provocar que algunos agentes económicos busquen alternativas, pero que el dólar hoy sea ‘la’ alternativa es un resultado de un proceso histórico”, dice.
Consultada por este medio respecto de la influencia de las tasas reales negativas o la falta de atractivo de las opciones en pesos, Luzzi reconoció que la política económica tiene un rol importante, así como la memoria colectiva de sucesos inflacionarios y de pérdida de valor del peso.
“Nadie demoniza al comprador de dólares”, aclara. Los agentes hacen lo que quieren, pero también lo que pueden y lo que el contexto les permite, añade. “Como Estado, tu capacidad de generación de dólares va siempre por detrás de la demanda, y es por eso que el hecho de que la población te demande dólares para ahorrar te juega en contra, pero eso no quiere decir que la población tenga la culpa”, sintetiza.
Historia de una obsesión
Para Luzzi y Wilkis, la preferencia por el dólar comenzó a delinearse en la década del 50, cuando el billete estadounidense comienza a tener vida pública como parte de las noticias cotidianas. Así se empieza a dar una relación más familiar, “a reconocer la cara de Benjamin Franklin aunque no sepas quién es ni qué rol tuvo”, dice.
Por el otro, durante la década del 70, en los tiempos post “Rodrigazo”, se origina el universo transaccional del dólar: se empieza a dolarizar el mercado inmobiliario y crece la práctica de comprar divisas y cambiarlas a lo largo del mes como forma de ahorro.
Los autores del libro también estudiaron el cepo cambiario, la manifestación más moderna de las restricciones cambiarias. “Estas restricciones existieron a lo largo del siglo XX con diferentes nombres, como cuotas para cambio y desdoblamiento, y fueron durante mucho tiempo la normalidad, pero en el cepo cambiario entre 2011 y 2015 se empieza a reclamar por el acceso al mercado de cambios como un tema de derechos, algo que no había aparecido en el pasado”, asegura.
No solamente las restricciones cambiarias no fueron un invento moderno, sino también el mercado paralelo del dólar. Los sociólogos investigaron que desde la década del 50 se hablaba de ardides y yeites como el “puré” (la acción de comprar dólares en el oficial y venderlos en el blue para sacarles una diferencia), pero se lo mencionaba con distintos nombres, como “calesita”.
El término “blue” para hablar del paralelo también es un invento reciente: antes de los 60, se lo llamaba “mercado negro” o “bolsa negra”. ¿Y los “arbolitos”? Es difícil rastrear el momento en el que originó esa palabra para describir a algunos operadores del mercado paralelo, pero Luzzi señala que su nombre hace referencia a los levantadores de apuestas que se ocultaban en los árboles cerca del Hipódromo.
LA NACION