Protege una herencia un poco real y un poco intangible, que resguarda en una caja fuerte, pero también en su memoria: la combinación exacta de ingredientes, la receta del fernet creado por su familia. Se la transmitirá a su hijo cuando lo crea conveniente: “Todavía no la merece -asegura-, hay mucho”
“No soy yo quien te engendra. Son los muertos.
Son mi padre, su padre y sus mayores”
“Al hijo”, Jorge Luis Borges
Si este texto fuera una sesión de psicoanálisis tendría la dura tarea de analizar y entender cómo es que un único secreto familiar puede transmitirse por cinco generaciones y permanecer inalterable. Una enseñanza de padre a hijo -imitada y reproducida luego por cada hijo que después fue padre- y que llega hasta hoy, 175 años después. La estirpe milanesa de la familia Branca todavía funciona casi como una isla rodeada de la modernidad líquida descripta por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman: mientras todo cambia, ellos permanecen sólidos, inalterables. Y es el Conde Niccolò Branca quien hoy tiene la responsabilidad de cuidar y proteger como un guardián esa herencia un poco real y un poco intangible, que guarda en una caja fuerte pero también en su memoria; y que sólo transmitirá a su descendiente cuando él crea que la merece: la fórmula del fernet, de su fernet.
No es una sesión, pero se le parecería bastante si no fuera porque en la conexión a distancia entre Milán y Buenos Aires no hay ningún profesional de la salud mental, y sí están un cronista, una intérprete y el Conde Branca. Y porque nada de lo que diga es confidencial. Branca ya está entrenado en las artes de sostener el misterio de la receta exacta, y sabe que con solo nombrar alguno de los ingredientes de su fernet no revela ningún dato sensible. Hablar de hierbas, especias y raíces no es mucho más de lo que ya sabe su propio hijo, que acaba de incorporarse a la empresa para continuar con la tradición. Y el Conde responde, entre risas, a la pregunta lógica y obligada de LA NACION revista.
-¿Ya le pasó la fórmula a su hijo o todavía no se la merece?
-No, todavía no la merece… Tiene 35 años, todavía hay mucho camino por recorrer.
Según el Conde, quien lleve consigo el secreto de la fórmula “debe demostrar responsabilidad, humanidad, profesionalismo y responsabilidad social, ambiental y ética”, entre otras cosas que resultan más difíciles de poner en palabras, pero que se reúnen bajo la idea de esa madurez que no solo llega con la edad, pero que responde a un mandato básico y compartido por todos: “la empresa es más que nosotros”.
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Bernardino Branca nunca reveló las circunstancias exactas en las que nació su amaro ni tampoco sus ingredientes. Antes de que el marketing fuera siquiera inventado, contribuyó a espesar las tramas del misterio en torno a la fórmula secreta y de sus propiedades medicinales. Se sabe que el fernet está hecho con hierbas y raíces de cuatro continentes. Se sabe que la elección de cada una es muy cuidadosa, y que la calidad de ellas es lo más importante, un requisito que tienen para sí mismos y para cada uno de sus proveedores. Se sabe que en la Argentina, por ejemplo, la empresa posee una estancia con una plantación de manzanilla. Se sabe que el aloe viene de Sudáfrica, el ruibarbo de China, la genciana viaja desde Francia y que la galanga es importada desde India y Sri Lanka. Se sabe que esas son solo algunas de las hierbas, a las que se añaden muchas otras junto con raíces, plantas y flores de laurel, quina, zedoaria, naranja amarga, curaçao, azafrán y mirra. Apenas una docena de las 27 que, según la versión oficial, tiene el fernet.
Los primeros carteles publicitarios evocan la historia de un médico sueco anciano y su familia longeva. “El doctor Fernet vivió 104 años, su padre 130 y su madre 112”. Sin embargo, no se exploran los datos personales del médico ni se dice cómo llegaron a conocerse con el señor Branca y a crear el beneficioso licor. En definitiva, el origen de Fernet se pierde en el mito y la leyenda, y sirve para darle algunas pinceladas de color a la historia. En otra de las publicidades fechada en 1865, se lee: “Febrífugo, vermífugo, tónico, tonificante, calefactorio y anticolérico; se toma en vermut, café, vino o caldo, agua, etc. Facilita la digestión, previene la irritación de los nervios y excita el apetito de una manera maravillosa. Sorprende porque cura en pocas horas ese malestar producido por el bazo (sic), un dolor de corazón, así como el dolor de estómago y de cabeza causado por la mala digestión y la vejez”.
“Lo lindo es que nace con una buena motivación, con la intención de ser un producto bueno, que haga bien, que tenga beneficios“, dice Branca. La peculiaridad es que las hierbas y raíces con las que está fabricado provienen de cuatro continentes, algo que puede parecer simple hoy, pero que hace 175 años no era tan fácil. Para el Conde, el valor de su fernet -y el secreto de su éxito- radica en su fórmula, una especie de destino, de mandato familiar del que no se escapa así nomás. “La fórmula pasa de generación en generación a quien tiene la responsabilidad de llevar adelante la empresa -dice-. Lo digo y lo aclaro porque cuando recibí los manuscritos con la fórmula del fernet sentí una emoción muy fuerte, y supongo que pasó lo mismo con mis antecesores”. El linaje es fundamental.
Pero más allá de los 27 ingredientes, hay otros secretos dentro del secreto. Como una mamushka rusa, donde también se consume. El primero es una poción de otras hierbas, el segundo es el dosaje, y el tercero es el proceso productivo, que indica cómo hacer las extracciones. “Esto le da al producto una complejidad única. Es un producto único y artesanal, porque su proceso sigue siendo artesanal”, dice. La maceración en alcohol todavía culmina con una paciente maduración de 12 meses en cubas de roble de Eslavonia. Una bebida global, como la urbe que carga el águila de su logo.
-¿Cuántas personas conocen la fórmula?
-La fórmula completa la conozco solamente yo. Después sí hay otras personas que conocen pequeñas partes. La tecnología nos ayuda en ese sentido, porque si bien hay personas que conocen partes del proceso, hay otras partes que están codificadas. Es otra manera de mantener el secreto.
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Los títulos nobiliarios dejaron de tener valor en Italia desde 1946, año en el que se proclamó la República Italiana. Hasta ese momento eran otorgados por la monarquía o por el Papa a hombres y mujeres con roles destacados en la sociedad. Dino Branca, el abuelo de Niccolò, recibió el título de Conde de parte del Rey Víctor Emmanuel III, el monarca que lideró a Italia durante las guerras mundiales. Su mérito había sido en el campo industrial y asistencial, evidencia del impulso económico que Branca le había dado a Milán, y de las características medicinales de su licor. Niccolò gusta de su título hereditario, pero se aleja de toda idea de formalidad y solemnidad tan relacionada con la nobleza, y prefiere concentrarse en ser un hombre común y en el legado recibido y que, en algún momento, deberá entregar.
-¿Cómo fue la entrega del famoso manuscrito?
-Fue un momento familiar importante. Fue un símbolo, la entrega de la continuidad. El manuscrito fue siempre el mismo: pasó primero por Bernardino, luego Stefano, después Dino y más tarde Giuseppe Branca, que lo tuvo justo antes de mi llegada.
-¿Hubo alguna vez algún integrante de la familia que se haya querido dedicar a otra cosa y no participar del negocio familiar?
-La familia siempre participó. Lógicamente hubo períodos donde el rol de la familia fue más estratégico y otros en que el rol fue más operativo. Nosotros pasamos, la empresa permanece.
-¿Imaginó alguna vez que su hijo pudiera no querer esto? Quizá tener otras ambiciones, o incluso no reunir esos requisitos que usted considera necesarios…
-Si no le gusta o no se amolda, claro. Lo bueno es que somos muchos hijos y sobrinos, hay familiares para elegir.
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“No puedes imaginar lo que han visto mis ojos. Conmigo, una multitud de otros italianos dejaron Génova para llegar al nuevo mundo. Ellos por desesperación, por encontrar trabajo y una nueva vida. Yo por la extraña misión que conoces, al principio tan incierta y misteriosa”. Emilio. Buenos Aires, 13 marzo 1870
El fernet llegó a la Argentina con las primeras inmigraciones italianas de finales del siglo XIX. Las cartas de Emilio -el representante de Branca, el encargado de traer el producto al “nuevo mundo”- a su esposa son un reflejo de la época y de los sueños de quienes escapaban de la guerra y la pobreza. Años más tarde, en 1925 en Buenos Aires, la casa italiana autorizó a Hofer & Co., ya concesionaria exclusiva para la venta de fernet, a fabricar el licor con el extracto enviado desde Italia. Diez años después, se inauguró una nueva fábrica en Buenos Aires, y en 1940 Fratelli Branca comenzó a operar directamente en el mercado sudamericano. Su primera sede quedaba en la calle Uspallata 3046, en Parque Patricios, una fábrica de 11.000 metros cuadrados que en ese momento se consagró como la bodega más moderna de Sudamérica.
Las destilerías actuales se construyeron en 1982, en Tortuguitas, donde luego ocurrieron sucesivas ampliaciones para poder aumentar la producción. La Argentina e Italia son los dos únicos lugares donde se produce el fernet, con una salvedad: el fernet italiano no es exactamente igual al argentino. “Hay diferencias porque en la Argentina se utiliza otro tipo de alcohol que le da esa variación de sabor -explica el Conde-. Es muy pequeña, pero alguien con buen paladar puede reconocerla”.
“La Argentina es mi amante”, dice el Conde, que en condiciones normales visita el país tres o cuatro veces al año y que conoce Córdoba, pero que nunca escuchó cuarteto ni a Rodrigo, aquel cordobés que prefería el vino y la joda, pero que sabía que venía de la tierra “del fernet y las birras, madrugadas sin par”. Quizá por eso, por esa abstinencia de Argentina que afronta en medio de la pandemia, es que haya accedido a charlar con un medio, cuando en realidad no acostumbra dar entrevistas. “A mí me da mucho gusto que los argentinos sientan al fernet como propio. El Fernandito, ese mix del fernet con Coca, es argentino, no de Branca ni del marketing ni fue promovido por la publicidad. Cuando alguien viene de visita a Milán para sentir la experiencia en el lugar, nosotros le decimos que el fernet con Coca es argentino”.
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En enero de 2017, el sitio web neoyorquino Marketwatch publicó un artículo firmado por el periodista especializado en bebidas Charles Passy, en el que se preguntaba si el fernet era la bebida más intomable del mundo. Era una pregunta retórica, claro, de un autor que no había podido descifrar la identidad del fernet. El texto, aunque concluyente, dejaba cierto lugar para la duda: “El fernet Branca puede ser difícil de apreciar, pero su base de seguidores está creciendo”. El artículo generó varias repercusiones, en especial en la Argentina: los medios reprodujeron la noticia y los fans de la bebida inundaron las redes con miles de respuestas en las redes sociales del medio. Para el Conde Branca, sin embargo, todo se reduce a una respuesta elegante: “Creo que el mundo es bello porque es variado”.
El Conde se enorgullece cada vez que habla de la versatilidad de su fernet: “Cuando una persona es auténtica y tiene carácter, puede convivir y llevarse bien con muchas otras -dice-, y el fernet es un producto de carácter”. No está al tanto de la grieta que divide a tantos argentinos que gustan del fernet, pero no de consumir azúcar. Se sorprende al enterarse, pero ríe, porque el Conde siempre ríe.
-¿El fernet se puede tomar con gaseosa light o solo con la común?
-Para ser muy sincero, no conocía esa división, así que no puedo hablar de ella. Yo lo tomo con la coca común, pero cada uno lo puede tomar como más le gusta. Hay quien pone un dedo de fernet, hay quien pone dos, quien lo mezcla con ginger ale. Cada uno puede tomarlo como más le gusta.
-¿La proporción correcta para tomarlo es 70-30?
-Esa es la receta justa, pero los cordobeses son desobedientes y hacen 50-50.
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El fernet que toma puro Niccolò Branca es el mismo al que le cantan Los Caligaris, la Mona Jiménez, Vilma Palma o Flor de Piedra; y el que se toma el gran Alfred Pennyworth al final de Batman: el caballero de la noche asciende, cuando finalmente ve a Bruce Wayne relajado y feliz.
El Conde, que tiene 63 años y aceptó en 1999 su destino, se ocupa desde entonces de hacer que su fernet -el de su padre, el padre de su padre y de sus mayores- llegue a más de 160 países. Y de que aquello que experimentó al tomarlo una persona en 1845 sea lo mismo que se toma en 2020. La longevidad que le dio origen a todo.
Fuente: La Nación