Fue una de las primeras argentinas que logró hacer carrera en el ámbito marítimo. Desde hace años ocupa un puesto jerárquico en una compañía, pero tiempo atrás su presente era totalmente impensado: “Decían que dábamos mala suerte a bordo”.
La historia de Mónica Navarro es consecuencia de prejuicios, creencias y prohibiciones que de a poco fueron perdiendo terreno. Es la historia de una mujer que, como otras miles, buscó triunfar en un mundo de hombres. Soñaba con navegar y ser capitana, pero cuando lo imaginó, ni siquiera podía empezar a estudiar la carrera: no estaba permitido. Tal es así, que una vez le dijeron que en un barco las mujeres eran un símbolo de mala suerte, que se quedara en su casa.
Hasta que cuatro palabras cambiaron su vida para siempre: “Tengo una buena noticia”. Con esa frase su tío le confirmó, justo cuando cursaba el último año de la secundaria, que la Escuela Nacional de Náutica Manuel Belgrano había decidido aceptar que las mujeres estudien allí.
Mónica Navarro tiene 41 años y, desde hace más de ocho, es la CEO del Grupo Servicios Marítimos. Se convirtió en una de las pocas mujeres en el país que logró ser Capitana de Ultramar. Según el Centro de Capitanes de Ultramar y Oficiales de la Marina Mercante, en el 2013 eran solo 19 las que habían alcanzado ese título y, si bien hasta la actualidad esa cifra se incrementó, siguen representando un porcentaje pequeño dentro del ámbito naviero.
Junto a su capacidad y perseverancia, el factor suerte también tuvo protagonismo. Ella fue a “la primera escuela de oficiales de la Argentina y de Sudamérica” que incorporó mujeres. Así lo explicó el doctor Horacio Vázquez Rivarola, Director del Museo Marítimo Ingeniero Cerviño de la Escuela Nacional de Náutica.
Este cambio, como todos, no fue producto de la casualidad. Hubo una mujer, Ana Luisa Ortiz, la primera que pidió ingresar a una escuela marítima en 1972. “Le dijeron que no porque no estaba previsto y empezó a enviar notas al Ministerio (de Defensa) y a la Marina Mercante, logró que se inicie un expediente, que llegue a la Armada, y así tardaron años hasta que finalmente fueron aceptadas”, detalló Vázquez Rivarola, autor del libro “Mujeres en la Marina Mercante Argentina”.
El tío de Mónica navegaba, era radio operador, pero el deseo de ella era otro: “Yo soñaba ser capitana algún día, estar en el comando del puente de navegación”. Una vez que la puerta del Colegio se abrió para las mujeres, no lo dudó y se inscribió, sabiendo que iba a enfrentarse con un enorme desafío.
Si bien en medio del mar sorteó tormentas y decenas de siniestros, Mónica recuerda que los nervios que sintió al momento de rendir los exámenes de ingreso fueron incomparables: eran seis eliminatorios y ella era mujer. Una de las cinco. Una de las primeras. Debía demostrar que era lo suficientemente capaz para ganarse un lugar en donde hasta hacía muy poco, le estaba vedado.
De 400 ingresantes, logró ocupar el puesto 12 en la lista de promedios. Transitar la carrera fue arduo pero le apasionaba: “No dejaba de sorprenderme de todo, desde el uniforme hasta la disciplina militar. La formación no era solo académica, de artes náuticas y ciencias matemáticas y astronómicas, sino de mucho entrenamiento físico“.
Y a pesar de que ya era un hecho la incorporación de las mujeres en la Escuela, la adaptación no fue fácil. “La mujer a bordo es mala suerte, tendrían que estar en la casa“, decían por lo bajo en los pasillos de la Institución. “Algunos eran profesores, indignados por esa nueva realidad. Pero otros, eran más abiertos”, contó la CEO.
En un ambiente coordinado por hombres desde sus inicios, su estrategia para avanzar en la carrera fue lograr una especie de invisibilidad. “Trataba de no llamar la atención para que nadie me tomara de punto porque cualquier cosa podía ser una amenaza. Siempre estaba en la mira a ver si podía llegar a ser capaz de hacer lo que un hombre de mar puede hacer, entonces cuando veían que las cosas se lograban, te doblaban la apuesta”, contó Mónica que hoy, con una sonrisa, reconoce: “Ahora esos momentos son una anécdota, pero me costó muchos cruces y discusiones, incluso a bordo donde no hay nada: no hay hospital, no hay comisaría, nada”.
Después de navegar mucho tiempo por distintos puntos geográficos como África, Chile y el sur Argentina, le ofrecieron un “puesto de tierra” y otra vez el desafío de hacer carrera: logró ser gerente de operaciones, después gerente general hasta llegar al cargo que ocupa en el presente, CEO del Grupo Servicios Marítimos. “Ya no soy capitana de un barco sino como de 20 al mismo tiempo por llevar el timón de la empresa”, afirmó.
Gracias a la lucha de Ana Ortíz y a las mujeres que se animaron a ingresar a lo que era un mundo solo para hombres, la realidad en el ámbito marítimo se transformó. “En la Escuela ya están ambientados y en el sector en general hay mucha más aceptación. De hecho las que trabajan y tienen familia son buscadas porque tienen la capacidad de llevar adelante una multiplicidad de tareas y resolver varias cosas al mismo tiempo”, que es en definitiva, lo que sucede en los barcos que navegan las 24 horas.
Por último, Mónica Navarro alentó a todas aquellas que quieran entrar en el ámbito marítimo: “Si tienen vocación, les diría que lo hagan, que van a tener muchas satisfacciones, a pesar de que aún falta madurar y educar para que podamos ocupar lugares desde donde poder construir”.
Fuente: tn.com.ar