Cástulo Guerra, confesiones de un obrero de las tablas.
Vino a Salta por dos trabajos, pero está vez se quedó más tiempo, felizmente, en razón de qué siempre celebra el reencuentro con sus raíces. Cástulo Guerra, que supo descubrir Hollywood con la mirada de un provinciano, es feliz en Cerrillos o filmando en una Avenida San Martín, llena de curiosos. Después volverá a su otro mundo, las luces, los carteles que destilan sueños y fracasos bajo un nombre: Hollywood.
Es difícil imaginar a este salteño, que gesticula y se mueva en el sillón como si estuviera actuando, quizás porque su vida representa eso y mucho más. En 1979 empezó en la obra Otelo de Shakespeare en el festival de Nueva York en el Central Park al lado de Raúl Julia, de Richard Dreyfuss, de Denzel Washington y de Morgan Freeman. Este fue el principio de su carrera como actor profesional en el ambiente de Nueva York. Su carrera es larga y extensa, trabajó junto a John Travolta, Olivia Newton-John, Gene Hackman Charles Durning, Burt Reynolds, Candice Bergen, George Segal. En 1985 filmó en el Amazona, otra vez al lado de Charles Durning. En 1986 al lado de Barbra Streisand. En 1988 trabajó como actor permanente en la serie televisiva “Cresta del halcón”. También siguió en los años siguientes y de esta manera podría decir que su historia es larga y entretenida.
¿Qué significa volver a Salta?
“Estar de vuelta a Salta es como cuando uno va a la iglesia cuando está vacía. No querés ver al cura ni a los feligreses, a nadie. Te vas solo y aunque no seas religioso, aunque sea un ateo, vas para encontrarte con ese ser profundo que te acompaña. Entonces a mí siempre me aparece ese ser profundo. Salta es mi santuario. Mis mejores recuerdos para los abuelos, que se vinieron de España, en tercera porque no había clase de segunda en los barcos de ese entonces. Estaban las guerras, sin embargo se guiaron por los sueños de encontrar un mundo mejor que luego supieron integrar con hermosas familias con una enormidad de hijos”.
¿Estás viviendo una especie de dos vidas?
“Yo me fui hace 46 años pero estoy acá más que nunca. Coincidentemente tengo un compromiso con los changos salteños, (Filmó “Hay coca”, del director José Issa y “Badur Hogar”, la película del director salteño Rodrigo Moscoso), pero más allá de esa posibilidad, estoy convencido de que tenemos que hacer cine. Algún día se tiene que decir el cine salteño. Mi mujer me cela con el bandoneón, a pesar de que soy un simple amateur. El bandoneón, tiene una especie de seducción que te conquista los dedos. Toco un poco de tango, un poco del folclore, algo de Piazzola, pero estás tomando sorbo de la fuente”.
¿Cómo fueron tus comienzos?
“Llegué a los Estados Unidos en 1971 gracias a una beca Fullbright que me permitió completar los estudios teatrales en la Universidad de Kansas. La beca me obligaba a volver a Buenos Aires, pero conseguí una extensión para estudiar en Nueva York, y allí obtuve un trabajo de dirección de una obra en el off Broadway. Así fue como durante once años viví la vida teatral neoyorquina, estudiando, y con la libertad de irme o de volver cuando se me daba la gana. A los 38 años conseguí mi primer trabajo en cine, en un film de Jonh Travolta, que nunca olvidaré.
¿Nueva York te abrió camino en el arte?
Sin dudas, Nueva York tiene muchos teatros. Yo estaba muy metido con el teatro experimental y tenía mucho de eso, aunque ya venía la colita final con la época del teatro experimental de los 60. Esto ocurría en el año 72. Estaba a tiempo. Empezamos con esa vorágine que consiste en tratar de entender por dónde sopla el viento, para saber dónde estamos”.
¿Qué significó Terminator 2 en tu carrera?
“Todo el mundo que escribió sobre mi empieza con el Terminator. Es como si después del Terminator no existe la vida, no es así. Hay un cuerpo de trabajo que es bastante extenso, se extiende entre el año 79, cuando yo empecé en Nueva York como actor profesional y esa categoría significa que usted pertenece al gremio, es decir hay un contrato con un sello que lo identifica”.
¿Existe una anécdota?
Interpreto a Enrique Salceda, un tipo rústico que tiene las armas en el desierto. El personaje de Linda Hamilton en un momento me dice: “¿Enrique, estás ahí?” Y salgo de un helicóptero destartalado cuando el Terminator me apunta. Entonces, pido una botella de tequila y se la ofrezco a Schwarzenegger y, como diría un gaucho en Salta, pregunto en español al chico que lo acompaña: “¿Quién es el grandote éste?” Recuerdo que esa pregunta la agregué con el permiso de James Cameron, el director, que en un principio había entendido que se refería a la capacidad sexual del Terminator.
Pasaste mucho tiempo lejos y solo, ¿qué se siente?
“Básicamente aprendí a ser un inmigrante, a estar solo, no saber para donde disparar y siempre está el bolsillo diciendo cómo vamos a pagar, de qué manera, vamos a salir adelante. Nueva york en honor a la verdad, me abrió puertas teatrales y me formó como hombre, aunque yo venía formado como estudiante”.
¿Pasaste tiempos muy duros?
Yo hice ocho años de teatro en Tucumán y me fui formado y esas vivencias me prepararon para enfrentar la adversidad. Quizás uno no está tan abierto a los cambios. Yo pase noches de desvelos, fines de mes de confusión, de rogar, de pedir. Le escribí a mi padre, con quién tenía correspondencia constante. Le decía mira tengo ganas de tirar la esponja, no puedo, esto es muy grande, no le encuentro la vuelta y mi papa me escribía cartas apoyándome, a pesar de que sufrió una gran desilusión cuando abandoné la carrera de medicina. Después fue un barrabrava mío. ‘Te vi actuando. Tú eres un actor formidable. Vos no podes dejar. No abandones nunca’ y me llegaban sus cartas que esperaba con ansiedad”.