A casi un año de decretada la pandemia por coronavirus en todo el mundo, las enfermedades que preocupaban a la comunidad médica desde antes que existiera el COVID-19 no sólo fueron desatendidas sino que, además, se incrementaron.
Una de ellas, por no decir “la” afección por excelencia que más crece en el mundo y menos políticas sanitarias recibe -y que por cierto predispone a innumerables problemas de salud- es la obesidad.
En el Día Mundial de la Obesidad, se analizó con especialistas en la materia los alcances de una patología que creció exponencialmente en los últimos.
“La actual pandemia de COVID-19 y su crisis sanitaria se volvió una realidad que nos obligó a guardarnos muchos meses, nos lleva a distanciarnos de los cercanos, a tomar medidas preventivas y a modificar nuestra rutina laboral, social y de vida. Este hecho nos atravesó y atraviesa como sociedad y, de a poco, podemos empezar a observar mejoras paulatinas en torno al mismo”, comenzó a desarrollar la médica especialista en nutrición Virginia Busnelli (MN 110351), para quien “sin embargo, también se debe tener la capacidad de ver más allá de este primer pantallazo mundial y reconocer qué cosas se esconden detrás de esta imagen, qué pandemias silentes crecen y no somos capaces de ver”.
La directora del Centro de Endocrinología y Nutrición Crenyf observó que “la obesidad es una pandemia olvidada, que se potencia año tras año, y que estigmatiza a gran parte de de la población de este mundo”. “¿Por qué nos cuesta enfrentarnos a ella? ¿Por qué sigue en aumento?”, se preguntó.
Recientemente, un editorial publicado en la revista médica British Medical Journal (BMJ) destacó que el COVID-19 es un grave problema de salud exacerbado por la pandemia de obesidad existente.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad es una pandemia de tipo no infeccioso, causante, antes del aislamiento, de 2,8 millones de muertes anuales por enfermedades relacionadas. Así como la obesidad es un factor de riesgo para otras enfermedades, la realidad actual y los meses transcurridos en cuarentena agravaron esta pandemia escondida.
Un informe recientemente publicado en la revista especializada Actualización en Nutrición, de la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN) “asoció a ganancia de peso referida en el 62,1% de las personas participantes: 6 de cada 10 personas mencionaron al aumento de la ingesta de alimentos y bebidas, y a la disminución de actividad física como principales causas.” En los meses de cuarentena la ganancia de peso fue mayor que en los escenarios previos al COVID, y se dio de manera más marcada en quienes ya padecían sobrepeso.
En ese sentido, la médica clínica y endocrinóloga María Alejandra Rodríguez Zía (MN 70787) amplió que “la obesidad es considerada como una enfermedad inflamatoria por la OMS”. “Hablar de inflamación implica saber que se trata de un proceso silencioso que ocurre en todo nuestro cuerpo cuando un desbalance de moléculas que deberían estar para defendernos y protegernos nos atacan y todo esto se da, por cierto, mediado por el sistema inmunológico”, detalló, al tiempo que señaló que “si bien tiene íntima relación con los alimentos hay que entender que la obesidad no es nunca culpa de la falta de voluntad o de cómo una persona come sino que en gran parte tiene que ver con que la industria de los alimentos provee de productos que son adictivos o que producen alteraciones en el centro del apetito, por eso se dice que la obesidad es una patología primer término el sistema nervioso central”.
En la Argentina, según los datos de la Segunda Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (ENNYS 2), realizada en el año 2019, el 33,9% de la población adulta tiene obesidad. El tratamiento de esta patología y su mantenimiento implica, muchas veces, un importante esfuerzo personal, familiar, económico y su complejidad requiere de un accionar en numerosas aristas, entre ellas el manejo de las emociones.
En opinión de Busnelli, “el encierro y la situación global provocó que nuevas emociones y sentimientos atravesaran la vida”. Es que de acuerdo al estudio, realizado sobre la base de una encuesta a 5.635 participantes “comer en respuesta a emociones se demostró como un factor de riesgo para la ganancia de peso durante el aislamiento. El 69,2% de los encuestados se reconoció comiendo ante una o más de las emociones investigadas. Dos de las emociones fueron reportadas con una frecuencia muy superior al resto: ansiedad (50,6%) y aburrimiento (39,6%)”.
“En tiempos de COVID-19, si hay un proceso inflamatorio que está más que nada afectando a nuestro cerebro y alterando la bioquímica cerebral, y a eso se le asocian profundas causas de estrés como ser el temor por la enfermedad o muerte de los seres queridos, o el miedo de que nosotros también no podemos enfermar, hizo que la pandemia por el coronavirus lleve a tener a un mayor pandemia de obesidad”, remató Rodríguez Zía.
Otro de los ejes necesarios a tratar es la actividad física, obstaculizada por la imposibilidad de salir de nuestros hogares. El artículo detalló que “la mayoría (68,2%) reportó bajo nivel de actividad debido a la ausencia de la misma o a la disminución en su realización”.
En relación a la alimentación, el aislamiento evidenció cambios hacia una alimentación menos saludable y equilibrada, “los cambios más frecuentes fueron el picoteo entre comidas y la ingesta de porciones abundantes de comida”. El aumento del consumo de alcohol durante el aislamiento también pareció ser un factor de riesgo para el aumento de peso.
El informe de la SAN detalló, además, que “la chance de ganar peso entre los que tenían exceso de peso previo fue un 42% superior que la chance de quienes no tenían exceso de peso antes del aislamiento”, por lo que el exceso de peso previo fue un factor relacionado con significancia estadística a la ganancia de peso; a ese se le suman, en conclusión, la edad (joven), los cambios en la alimentación, la ingesta en respuesta a emociones, el bajo nivel de actividad física, el consumo de alcohol y las alteraciones en el sueño.
“Estos resultados evidencian la dificultad de las personas con obesidad de sostener el tratamiento de su enfermedad y hace suponer que algunas personas lo abandonaron”, señaló Busnelli, para quien “también ayuda a volver a pararse en la afirmación de que no debe simplificarse la cuestión que, con información, disminución de consumo de alimentos y más movimiento puede solucionarse esta patología”.
Para ella, “hay que darle más relevancia a la generación de un ambiente seguro (físico, emocional y social) que acompañe y que colabore en el proceso”. El contexto pandémico claramente no cumplió con estas aspiraciones transformándose, para muchos, en un potenciador de esta pandemia silente de obesidad.
Fuente: Infobae