A veces hay que destruir el pasado para renacer de sus cenizas. Para los grandes exponentes de la arquitectura y el urbanismo del siglo XX, el siglo XIX era ese pasado que había que destruir. Los edificios de esa época fueron demonizados no sólo como anticuados, sino como enfermos. Claustros de polvo y de males varios. En los años ’20, el arquitecto suizo Le Corbusier hablaba de una “París tubercular” y soñaba con una ciudad en la que cada vivienda fuese un oasis de pulcritud y luminosidad, “sin rincones sucios y oscuros”.
En el 2020, en plena pandemia por coronavirus, no hay que hacer nada más que mirar hacia atrás para entender que esta enfermedad dejará una huella imborrable en nuestras ciudades.
El modernismo fue una reacción cultural al historicismo del siglo XIX. En su libro X-Ray Architecture, la arquitecta, historiadora y teórica Beatríz Colomina, directora fundadora del Programa de Medios y Modernidad de la Universidad de Princeton, sostiene que la arquitectura moderna fue moldeada por la “obsesión médica de su tiempo: la tuberculosis”.
Lo cierto es que grandes pioneros de la arquitectura moderna como Le Corbusier, Alvar Aalto, el fundador de la Bauhaus Walter Gropius o Ludwig Mies van der Rohe fueron directamente influenciados por sus tiempos. En especial Le Corbusier y Aalto, que sin dudas se vieron envueltos en una indiscutible fijación con la tuberculosis -o “la peste blanca”-, una de las principales causas de muerte en Europa en aquella época.
“En el siglo XX los arquitectos ponen en valor discusiones muy cercanas a las cuestiones de salubridad y a la calidad de vida”, cuenta a Infobae el arquitecto Mariano Clusellas, profesor en la Universidad Di Tella, que está detrás del proyecto en construcción Fundación Larivière, fotografía y cultura. “De esta manera, nace una necesidad de disponer de la arquitectura para que esté al servicio de la salud”.
“Los principios de la arquitectura moderna parecen haber sido obtenidos directamente de un libro de medicina especializado en esta enfermedad”, escribe Colomina. “Un año antes de que el microbiólogo alemán Robert Koch descubriera al tubercle bacillus en 1882, un libro médico estándar ofrecía como causales de este mal, entre otras cosas, el clima desfavorable, la vida sedentaria puertas adentro, la ventilación deficiente y la falta de luz. Pasó mucho tiempo hasta que estas nociones perdieran credibilidad. Los arquitectos modernos ofrecían salud al proveer un cambio de ambiente. Se demonizó a la arquitectura del siglo XIX como insalubre (…). La campaña publicitaria de la arquitectura moderna se organizó alrededor de las creencias contemporáneas sobre la tuberculosis”.
Los tratamientos para la tuberculosis en ese momento eran relativamente simples: se hablaba de los efectos curativos del aire fresco, por lo que se establecieron sanatorios en regiones alpinas. Pasar largos períodos de tiempo en estos lugares, sumado a una dieta nutritiva, descanso y mucho sol, era la prescripción médica habitual. Y ciertas características arquitectónicas y de diseño eran consideradas esenciales, como terrazas y balcones con sillas y sillones reclinables, donde se descansaba por lo menos dos horas al día al aire libre, en general entre las 14 y las 16 horas.
“Los balcones, terrazas y techos planos usados para la recuperación de pacientes, ya sea en los chalets de Suiza como en viviendas sociales urbanas, fueron la inspiración para características modernistas similares en departamentos y viviendas suburbanas”, apuntó la experta en Diseño Margaret Campbell en su ensayo Lo que la tuberculosis hizo por el modernismo, publicado por la Cambridge University Press. “Estas expresiones visibles del diseño modernista y de teorías de la vida saludable fueron adoptadas con entusiasmo por una clase media consciente de la estética y preocupada por la higiene y el progreso industrial que luego sería incorporado a viviendas financiadas con fondos públicos para la clase trabajadora urbana”.
Del cólera al saneamiento urbano
“A menos de 250 yardas del lugar donde Cambridge Street se une con Broad Street, hubo más de 500 ataques fatales de cólera en 10 días. Tan pronto como me familiaricé con la situación y el alcance de esta erupción de cólera, sospeché cierta contaminación del agua de la muy utilizada bomba en Broad Street “. Estas palabras fueron escritas por el médico británico John Snow, al que muchos consideran el padre de la epidemiología moderna, y que demostró que el cólera era causado al consumir aguas contaminadas con materia fecal en la Londres de 1854.
En el siglo XIX, las condiciones insalubres que se vivían en las ciudades contribuyeron a brotes de cólera en todo el mundo. De esta manera, comenzó a desarrollarse una preocupación a nivel público sobre la higiene urbana, se promovieron diferentes sistemas de alcantarillado, y hubo reformas de infraestructura en las grandes capitales, como Londres y París.
Ya establecida la importancia del agua potable y un buen sistema de cloacas, comenzó a examinarse más de cerca el estado de las viviendas de la clase obrera por la alta incidencia de tuberculosis y enfermedades respiratorias. Según apunta Campbell en su escrito, “en 1878, el arquitecto francés Emile Trélat, en ese momento presidente de la Société de Médecine Publique et d’Hygiène Professionnelle, presentó un informe sobre las viviendas de los trabajadores titulado Cités ouvrières, maisons ouvrières, en el primer Congreso de Higiene Internacional. Allí remarcó la importancia de proveer un estándar de vivienda mejorado para la creciente clase obrera urbana de Francia”. Estos intentos de proveer viviendas sociales dignas y sanas como parte de la estrategia de salud pública coincidieron con la emergencia del modernismo en la arquitectura.
“Licht und Luft”: la luz y el aire como guías del diseño
El índice de mortalidad por tuberculosis tuvo un pico preocupante durante los primeros años de la Revolución Industrial. El amontonamiento y las condiciones insalubres en las que se vivía en las grandes ciudades no ayudaban. Por eso, la luz, el aire y la higiene, el tratamiento usual que se indicaba en casos de tuberculosis, fue la base de la estética moderna.
Así se dio el puntapié inicial al “movimiento de los sanatorios” en Europa a mediados del siglo XIX –el primero fue el Görbersdorf de Hermann Brehmer en 1854-, y se construyeron distintos establecimientos en países como Alemania y Suiza -Davos llegó a ser apodada como “la capital de la tuberculosis”- que comenzaron como pequeñas cabañas con espacios semi abiertos y pronto se transformaron en monumentales edificios diseñados especialmente con un fin curativo. En Estados Unidos, el primer sanatorio para la tuberculosis fue fundado por el médico Edward Livingston Trudeau, quien también sufrió de este mal, en el pueblo de Adirondacks, en Saranac Lake, Nueva York, en 1885.
Uno de los mayores ejemplos de cómo converge la arquitectura de sanatorios con las ideas de la modernidad probablemente sea el Paimio Sanatorium proyectado por Alvar Aalto y construido en el medio de un bosque cerca de Turku, en el sudoeste de Finlandia, y que abrió al público en 1932. El edificio de siete pisos contaba con balcones en cada ala residencial, lo que evitaba que los pacientes más débiles tuvieran que hacer mucho esfuerzo para tomar aire fresco. También había una terraza en el techo para tomar sol. La intención de Aalto en su diseño era proveer una experiencia lo más parecida a la domesticidad. Los grandes ventanales permitían el paso de la luz y la ventilación, además de dejar ver la naturaleza alrededor, otro de los ideales en los que ponían foco los modernos: el paisaje como elemento curativo.
El mobiliario ideado por Aalto también tenía su razón de ser. Por ejemplo, diseñó un lavatorio prácticamente silencioso para no molestar a los otros pacientes, y con un salpicado mínimo para disminuir la posibilidad de esparcir gérmenes. Pero su aporte más célebre quizás sea la “silla Paimio”, hecha de madera contrachapada de abedul, doblada para que sea fácil de limpiar, y con un ángulo ideal que facilitaba la respiración. Este mobiliario influyó posteriormente a Charles y Ray Eames. Es así que los muebles pensados en principio para clínicas pronto se popularizaron para uso doméstico en la clase media.
En paralelo, se construían en Europa y en Estados Unidos las conocidas como “escuelas antituberculosis” o escuelas al aire libre. Se trataba de instituciones educativas proyectadas especialmente para prevenir y combatir el contagio de esta enfermedad. Se levantaban en lugares alejados de la contaminación y aglomeración de las grandes ciudades, en áreas rurales, con la lógica arquitectónica de pabellones utilizada para los sanatorios y con mucho espacio en el exterior.
Este movimiento comenzó con la creación de la Waldschule für kränkliche Kinder, la “escuela del bosque para niños enfermizos” en Charlottenburg, Alemania. Fue proyectada por Walter Spickendorff y fundada por el pediatra Bernhard Bendix y el inspector de escuelas de Berlín Hermann Neufert. Ofrecía terapia al aire libre para niños y adolescentes de la ciudad.
Le Corbusier y su Villa Savoye: plantas elevadas para defenderse del “enemigo del hombre”
“Le Corbusier se muda a París desde Suiza cuando todavía no había terminado la Primera Guerra Mundial y, en 1918, cuando recién está empezando a hacerse conocido y a vincularse con la sociedad parisina, aparece la pandemia de la fiebre española”, explica en diálogo con Infobae el arquitecto Julio Santana, director de la Casa Curutchet, obra de Le Corbusier y Patrimonio de la Humanidad ubicado en la ciudad de La Plata. “Él vivía en un pequeñísimo departamento en el que tiene que estar confinado durante varios meses”. Esta experiencia tendría más tarde repercusiones en su obra.
“Toda la arquitectura de Le Corbusier y de todos los modernos como la Bauhaus es una respuesta a lo que se genera con la Segunda Revolución Industrial -continúa Santana-, que por un lado son los nuevos materiales como el hormigón y el acero, y por el otro lado es una nueva forma de vida que tiene que ver con cómo vive la gente que trabaja en las ciudades. Empieza a entender esa lógica y esa racionalidad que va generando un nuevo movimiento arquitectónico”.
Charles-Édouard Jeanneret-Gris, más conocido como Le Corbusier, es un personaje fundamental en la arquitectura del siglo XX; un artista multidimensional y disruptivo. En Ville Radieuse (La Ciudad Radiante), su plan maestro urbano presentado por primera vez en 1924 y publicado como libro en 1933, proponía demoler el centro de París. En este escrito, Le Corbusier considera que “la superficie natural” es “un dispensador de reumatismo y tuberculosis”, la declara “enemiga del hombre” y propone elevar los edificios para despegarse del “suelo mojado, húmedo donde se reproducen las enfermedades”.
Esta planta elevada se obtiene con sus famosos pilotis, uno de los cinco principios del arquitecto: “La planta libre; los pilotis, columnas circulares que sirven para elevar; la fachada libre, que implica que las ventanas pueden tener cualquier forma y cualquier tamaño; la ventana corrida, que es la favorita de Le Corbusier en toda su arquitectura -una ventana que va sin paramentos de una punta a la otra del edificio-; y la terraza jardín. Es decir, Le Corbusier libera dos veces el terreno que ocupa la casa. Una, en el piso, y otra a nivel de jardín, para que tenga un uso social y colectivo”.
Los pilotis, la terraza jardín, los ventanales, la luz, el aire… Todos estos elementos son elementos esenciales de la modernidad que, además de responder a una lógica industrial, son parte de una mirada sanitaria de la arquitectura.
Según detalla Campbell, durante una visita a Atenas en 1909, Le Corbusier realizó estudios y dibujos detallados del Partenón y sus proporciones ideales, y fue este monumento el origen del modelo en el que se basa la estética de la arquitectura moderna. Sin embargo, es la casa vernácula griega la inspiración para la noción de un espacio externo como la terraza; más tarde, el arquitecto demostró cómo ésta -ya sea en una casa como en un departamento como su Unité d’Habitation en Marsella (1953)- podía ser usada como un lugar funcional para el ejercicio físico o la relajación al aire libre.
Estas características alcanzaron su interpretación más pura en su famosa Villa Savoye, construida entre 1929 y 1931 en Poissy, Francia. Además, una señal para nada sutil de la obsesión por la higiene de Le Corbusier se vislumbra en el lavamanos que ubicó junto a la entrada.
El plan de Le Corbusier para la ciudad de Buenos Aires
Los principios que Le Corbusier sugiere aplicar en su Ville Radieuse son los que lo hacen ver en la ciudad de Buenos Aires una posibilidad de convertirse en su próximo proyecto. “Le Corbusier visita en el ’29 Buenos Aires, invitado por Victoria Ocampo, y dibuja una idea sobre Buenos Aires con una avenida de norte a sur y con el centro cerca del río”, explica Clusellas.
En consecuencia, los arquitectos Jorge Ferrari Hardoy y Juan Kurchan desarrollan, bajo la dirección del maestro suizo, las ideas para un Plan Director para Buenos Aires. “Buenos Aires, la ciudad del gran destino de Sudamérica, está más enferma que ninguna. Justamente porque es de naturaleza fuerte y juvenil, ha sufrido en su crecimiento relámpago el asalto acelerado de los errores. Hoy es una de las grandes capitales del mundo. Un formidable destino le aguarda. En 1929, habiéndola conocido, la llamé ‘La Ciudad sin esperanza’, en la cual los hombres no podrían conservar ni aún la esperanza de días armoniosos y puros. A menos que, fuerte de su fuerza, Buenos Aires reaccione y actúe”, escribe Le Corbusier, según consta en el archivo de Moderna Buenos Aires, una campaña lanzada en el año 2011 por la Comisión de Arquitectura del CPAU con el objetivo de dar visibilidad a la arquitectura construida en la Ciudad desde los años 1930 a la actualidad.
Sin embargo, por cuestiones políticas, sociales y económicas de la época, el plan de Le Corbusier para la Ciudad nunca es implementado.
La Plata, o el curioso caso de la ciudad higienista
“Señores: entre las causas de la enfermedad, de la miseria y de la muerte que nos rodean existe una a la cual considero racional conceder una gran importancia, y es la de las condiciones higiénicas deplorables en que la mayor parte de los hombres están situados. Se amontonan en las ciudades, en moradas faltas a menudo de aire y de luz, esos dos agentes indispensables de la vida. Tales aglomeraciones humanas constituyen a veces verdaderos focos de infección. Los que en ellas no encuentran la muerte, se resienten al menos en la salud; su fuerza productiva disminuye, y la sociedad pierde así grandes cantidades de trabajo que podrían ser aplicadas a usos más convenientes. ¿Por qué, señores, no empleamos el más poderoso medio de persuasión: el ejemplo? ¿Por qué no reunimos todas las energías de nuestra imaginación para trazar el plano de una ciudad modelo, sobre bases rigurosamente científicas? (…) Invitaremos a todos los pueblos a que acudan a visitar esta ciudad que todos nosotros vemos ya con los ojos de la imaginación, que acaso dentro de unos meses esté convertida en una realidad; esta ciudad del bienestar y de la salud”.
En Los quinientos millones de la Begún, Julio Verne, sobre la base de una idea original de Paschal Grousset, describe la utópica France-Ville, una ciudad moderna, ordenada, limpia, sin enfermedades. Esta novela fue escrita en 1879, tres años antes de la fundación de La Plata, en Argentina, pero, como señala Santana, “esa ciudad ficticia de France-Ville es prácticamente idéntica a lo que sería después la ciudad de La Plata”.
La Plata fue fundada oficialmente por Dardo Rocha el 19 de noviembre de 1882. Es un cuadrado perfecto, con un trazado completamente planificado. “Lo primero que decimos siempre es que La Plata es una ciudad soñada que responde al sueño civilizador de la generación del ’80, cuyo paradigma cultural era Francia”, relata el arquitecto. “Cuando se funda la ciudad, ya hace 30 años que el barón de Haussmann está transformando completamente París de acuerdo a los principios higienista que venían a sanear las epidemias de ese momento, la tuberculosis y el cólera. Paralelamente, otro pensador y escritor francés como Julio Verne creaba una ciudad ideal higienista”.
“De la misma manera decimos que es una respuesta a una pesadilla: la epidemia de fiebre amarilla que tuvo la ciudad de Buenos Aires en 1871, que terminó con el presidente Sarmiento huyendo de la ciudad con los legisladores y la Corte Suprema. En ese momento hubo una suerte de gobierno de médicos que se eligió en Plaza de Mayo, que manejó la epidemia, y que duró desde febrero hasta mayo”, relata Santana.
Había muchas razones para que La Plata se convirtiera en una ciudad higienista, y en la actualdiad el resultado de esta estrategia se advierte al observar su fisonomía: “Se ve en las calles a medio rumbo, es decir, no van hacia el norte ni al este, sino al noreste, está a 45 grados respecto de los puntos cardinales toda la ciudad. Por otro lado, las calles son muy anchas, de modo que corra mucho el aire y de que entre el sol, sea cual sea la orientación que tiene la calle. Y cada seis cuadras hay una avenida con un boulevard en el medio, y en el cruce de cada una de esas avenidas hay una plaza. Las diagonales también aportan su racionalidad en el trazado, y aparte permiten llegar muy fácilmente a los distintos lugares de la ciudad, cuando los conocés, por supuesto”.
No es de extrañar, entonces, que una de las obras donde más claramente se vean los cinco puntos de Le Corbusier sea en una residencia en La Plata: la Casa Curutchet, encargada, precisamente, por un médico, que pretendía utilizar esta construcción como vivienda y como consultorio. “Le Corbusier seguía usando los cinco puntos pero los había relativizado bastante. Sin embargo, en esta casa los aplica nuevamente del mismo modo que en la Villa Savoye, con la misma brutalidad y la misma contundencia”, analiza Santana. “Todas las cuestiones que tienen que ver con la salubridad están muy bien utilizadas: ventilación cruzada, sol, incorpora el árbol, que es la manera en la que el bosque se va incorporando a la casa, y la terraza jardín, que lo une con la calle”.
Según asegura Santana, si hoy tuviéramos que estar confinados por la pandemia en la Casa Curutchet, tendríamos una altísima calidad de vida: “En invierno tiene el sol permanente, y en verano sombra permanente. Tenés lugares internos y externos, lugares penumbrosos y otros llenos de sol. Es decir, es como una casa ideal para vivir la pandemia sin sentirte que estás encerrado”.
Así, se entiende que La Plata es la respuesta a una pesadilla como lo fue la fiebre amarilla en Buenos Aires, y el paradigma surgido en el siglo XIX de cómo debía construirse la Argentina. El trazado de esta ciudad es el verdadero sueño higienista.
Un nuevo mundo: las ciudades del futuro post pandemia
El surgimiento de Le Corbusier y el movimiento moderno responde a los cambios tecnológicos de la Segunda Revolución Industrial y a las diferentes epidemias y pandemias de la época.”Podemos ver que una situación similar se está desarrollando ahora”, dice Santana. “Hace unos 30 años se está desarrollando una revolución tecnológica que tiene que ver con lo digital y que ha tomado todo el escenario cultural y vivencial de las personas a lo largo y a lo ancho del mundo. Y ahora, en 2020, llegó la pandemia”.
Todo indica que estamos atravesando un momento de quiebre, y que en los próximos años viviremos de una manera muy diferente. Y ese cambio se verá reflejado en los edificios en los que vivimos y en las ciudades que habitamos.
“Si hay algo que nos deja esta situación es poder barajar y dar las cartas de nuevo para mejorar la calidad de vida, que está dada por la infraestructura. Éste es el problema en las villas, que no tienen una infraestructura adecuada para que se viva sanamente. Por eso son importantes los trabajos de urbanización”, señala Clusellas. “Si está bien orientado, es fundamental el aporte de la arquitectura a la calidad de vida”.
“Vamos a seguir viviendo en ciudades, no nos vamos a ir. Sí necesitamos organizarlas de una nueva manera. Van a ser importantes las cualidades de relación de interiores y exteriores que la arquitectura de Buenos Aires, por ejemplo, tiene desarrolladas pero tiene aún espacio para seguir desarrollando”, agregó.
Julio Santana prevé un panorama en términos arquitectónicos para los próximos años en los que se notarán varias transformaciones: “Es muy probable que uno de los remedios que aplique el Gobierno es trabajar fuertemente en el tema de la obra pública, sobre todo para salir de la crisis económica, porque la obra de construcción – particularmente las viviendas y obras sencillas- preocupan más mano de obra por capital invertido que cualquier otra actividad económica”.
Además, por el confinamiento se ha revalorizado la vivienda como un derecho humano fundamental. “Uno puede pedir que la gente no salga pero si no tiene una vivienda digna eso es imposible. Por eso, esa vivienda tiene que ser acorde a los tiempos actuales. Por más mínima que sea, individual o colectiva, tiene que tener un espacio al aire libre, un patio o un balcón. Esto es esencial. En segundo lugar, toda vivienda debe garantizar el acceso del aire y la luz del sol, que son insumos más baratos y más ambientalmente adecuados y accesibles que cualquier mecanismo de acondicionamiento artificial”.
Clusellas también coincide en este punto: “Sin dudas, va a ser importante aprovechar los recursos naturales en la edificación”. Y también destaca a “Buenos Aires, que tiene una tradición increíble de balcones desde las construcciones modernas de los ’20 y los ’30, y cuya calidad no tiene que ver con metros cuadrados sino con la proporción.”.
Para muchos sectores de la población, el trabajo remoto desde casa ha llegado para quedarse. Seguirá después del aislamiento y eso implica que cualquier vivienda -sobre todo si es pequeña- tiene que contar con características que le den flexibilidad para que sea adaptada para distintos usos. Que un lugar de trabajo funcional pueda ser también una habitación para descansar.
“Hemos redescubierto que nuestro barrio es más valioso de lo que considerábamos antes. Por un lado por las relaciones humanas de proximidad, y por otro por las compras y para el acceso de determinados servicios públicos y privados elementales”, sintetiza. “El transporte, público y privado, tiene que ser repensado integralmente, revalorizando la escala peatonal y el transporte en bicicleta”.
“Es fundamental también en ese sentido el tema de los espacios verdes públicos, porque determinan la calidad de vida a cualquier edad. En el conurbano hay lugares que no tienen un espacio público disponible para las salidas recreativas. La ciudad de Buenos Aires y La Plata, por ejemplo, tienen un espacio verde por persona mucho mayor a la mayoría de los lugares del conurbano. Por lo tanto, lo que es practicable en algunos lugares no lo es en otros”.
Todo esto va a determinar un nuevo tipo de ciudad, que para Santana debe ser policéntrica, “no tener un gran centro macro, como es el microcentro de la ciudad de Buenos Aires. Un tipo de Morón dice ‘voy al centro’ y para él es la avenida Corrientes, no el centro de Morón. Un tipo de ciudad policéntrica tiene distintas escalas y jerarquías sociales y comerciales necesarias para disminuir traslados y aglomeraciones y para reducir el impacto ambiental. La perspectiva de género también debe ser incorporada tanto a escala urbana como doméstica en todos estos temas”, aclara.
Como ocurrió en diferentes momentos de nuestra historia, la pandemia del coronavirus expuso las grandes fallas que tienen las ciudades desde siempre y que hoy saltan a la vista. Los expertos han logrado identificarlos, y ahora resta esperar de qué manera se implementarán las soluciones que crearán las grandes y renovadas urbes del futuro.
Fuente: Infobae