La reciente internación del ministro de Economía, Nicolás Dujovne, es el último episodio en una larga serie de problemas de salud que afectaron a los funcionarios en el ejercicio de sus funciones.
Horas antes de su internación, el ministro de Economía, Nicolás Dujovne, se había reunido en la Casa Rosada con 19 gobernadores –y sus respectivas 19 agendas de reclamos– para alcanzar “el equilibrio presupuestario” que la Argentina le había prometido al Fondo Monetario Internacional la semana pasada, cuando viajó a los Estados Unidos –sin la presencia del titular del BCRA, Luis Caputo– para renegociar los términos de un acuerdo que (en sólo tres meses de existencia) probó haber licuado prácticamente toda la confianza que había generado en los mercados, cuando el dólar llegó a los $40. Dujovne venía de semanas tan inestables como la propia economía que administra, por lo tanto, “un dolor abdominal y torácico”, no era del todo inesperado.
El malestar de Dujovne se suma a lista de políticos con problemas de salud en el ejercicio del poder: la arritmia del presidente Mauricio Macri en junio de 2016; el hematoma subdural de Cristina Fernández de Kirchner y el “falso positivo” carcinoma papilar de tiroides; la angioplastia de Néstor Kirchner y su previa gastro-duodenitis hemorrágica; y las obstrucciones de la arteria carótida que sufrieron tanto Fernando de la Rua como su predecesor, Carlos Menem. “No es el poder el que enferma, sino la preocupación”, explica Jorge Tartaglione, presidente de la Fundación Cardiológica Argentina y profundiza: “Hay dos tipos de estrés. El agudo, en el cual la persona de golpe tiene una descarga de muchos neurotransmisores que generan acciones sobre su corazón, y luego está el estrés crónico (carga alostática), que es como una olla a presión donde se van sumando cotidianamente factores que deterioraran el cuerpo”.
Así, en una persona que tiene poder y que está constantemente tomando decisiones “su carga alostática le produce una tormenta interna que le puede generar una enfermedad”, afirma Tartaglione y agrega: “Sabemos claramente que algunas personas que sufren de estrés crónico tienen una alta probabilidad de sufrir infartos, es una relación absolutamente directa”. Esto porque “las emociones se generan en el cerebro pero las sufre el corazón. Entonces ese estrés crónico deteriora muchísimo. Esto es la consecuencia del poder de decisión, de no poder descansar correctamente y la gran presión que sufren”, cierra. En este sentido, tal vez la imagen más popular de este deterioro físico sea la del expresidente de los Estados Unidos, Barack Obama, en su doble versión antes de asumir y después de dejar el poder.
“Cuando un ministro está dando una declaración sobre algo, recae sobre él una presión enorme” comenta Alejandro Sangenis, asesor de varios políticos y especialista en comunicación no verbal. “En el caso de Dujovne, se lo veía de alguna manera triste y angustiado por todo lo que le tocó vivir, se lo veía con un semblante alicaído, con las cejas oblicuas, y eso significa tristeza en el lenguaje corporal”. Pero no es el único: “El propio presidente Mauricio Macri se ve bastante deteriorado en su aspecto en algunos momentos, tiene una cara que se ve que realmente está muy afectado por la situación, como él mismo lo había verbalizado”. De hecho, en su discurso de la semana pasada Macri apeló a una analogía con el secuestro que sufrió en 1991 para comparar sus últimos meses al frente del Ejecutivo.
“Creo que, con o sin buenas intenciones, el impacto de estar ahí es como subirte a una especie de silla eléctrica para algunos. Y dentro de los líderes, están también los que disfrutan el poder y los que lo padecen: Raúl Alfonsín fue una persona que no disfrutaba el poder por el poder mismo y Carlos Menem fue una persona que disfrutaba de un amanera impresionante el poder y cada uno lo ejercía a su manera, con métodos distintos y con consecuencias distintas”, agrega Sangenis.
Pero, aunque el hecho de estar obligados a lidiar con altas dosis de estrés consecuencias generan manifestaciones obvias ¿cómo se traducen del otro lado de las encuestas? “La opinión pública es difícil de predecir: a veces lo mismo que puede producir rechazo, otras veces produce gran empatía. Hay una teoría que se llama la teoría de la fragilidad que es que cuando uno expone su vulnerabilidad, genera empatía por parte del otro. Quizás resulte en empatía y no en debilidad. Depende de la resiliencia que pueda tener la persona y cómo impacta, es difícil de predecir en ese sentido. Puede tener un efecto negativo o por el contrario, la gente puede pensar que esta persona está dejando la vida. Siempre digo que no se deben distanciar de su autenticidad porque lo que no les van a perdonar nunca es que mientan o no sean auténticos en lo que están transmitiendo”.
Fuente: El Cronista