Entre proyecciones cambiantes, uno de los temas que preocupan y ocupan a los estudiosos del mundo laboral del futuro es el proceso de transición que vivirán las personas.
En el auditorio no había más de cien personas, la mayoría economistas y académicos que llegaron para escuchar a algunos de los máximos referentes mundiales en la discusión sobre el futuro del mercado de trabajo. En un lapso de cinco minutos del evento -que se desarrolló en el tercer trimestre del año pasado- se plantearon tres vectores que en 2018 pasaron a ser centrales en este debate. Carl Frey, economista de Oxford que venía pronosticando la destrucción de centenares de millones de empleos por automatización, comentó que últimamente estaba más “optimista”. Otro de los panelistas, Rafael Rofman, economista del Banco Mundial, alertó sobre la falta de herramientas para lidiar con algo así como una doble crisis de mediana edad: cómo se reconvertirán los empleados de 40, 50 o 60 años. Y desde la primera fila, Gerardo della Paolera, de la Fundación Bunge y Born, pidió debatir sobre los salarios en el nuevo contexto. Della Paolera contó que sus hijas trabajan en empresas de tecnología de punta, en empleos que supuestamente son del futuro, “y donde la estructura salarial es completamente chata”.
Estos tres puntos (la diversidad de pronósticos sobre futuro del empleo, el desafío para los sectores de mediana edad y el efecto de las nuevas tecnologías sobre salarios) dominan la agenda en 2018 sobre este tema. Se trata de un debate que está lleno de ruido, prejuicios y sesgos, según dice a LA NACION Susan Lund, economista de la consultora McKinsey y autora de un informe global sobre el futuro del trabajo. “Por ejemplo, tenemos muy claro cuáles son los puestos que van a desaparecer, pero es menos visible cuáles se van a crear”, explica, lo cual acentúa un sesgo hacia el pesimismo. Lund cuenta que en Estados Unidos, la masificación de las computadoras entre 1975 y 2015 destruyó en forma directa 3,5 millones de empleos, pero creó más de 19 millones de nuevos puestos, con una ganancia neta de 15,75 millones de cargos.
El pronóstico de Lund es que de aquí a 2030 desaparecerán en todo el mundo entre 400 millones y 800 millones de empleos. Es menos que los 2000 millones de puestos desaparecidos que para el mismo año pronostica el futurólogo Thomas Frey (no confundir con el economista de Oxford), pero más que los 57 millones de trabajos que -en este caso solo para Estados Unidos- prevé de destrucción PwC. Todas estas proyecciones figuran en el metaestudio sobre futurología laboral que comenzó el mes pasado a relevar el MIT y que muestra lo abierto que está este debate.
Lund también está preocupada por cómo será la transición de centenares de millones de empleos de capas intermedias (tanto a nivel social como etario). “Creo que debemos pensar en entrenamientos que sumen habilidades tecnológicas, pero también habilidades sociales y emocionales más avanzadas, que serán protagónicas en esta nueva economía, como un manejo más eficiente de equipos. Las empresas y el Estado tienen un rol importante que jugar, pero francamente no tenemos mucha experiencia en la historia del capitalismo en lo que es reentrenamiento de midcareer -de cuadros intermedios- a una escala tan grande”, cuenta Lund.
Rofman, del Banco Mundial, cuenta que “la protección social en América Latina ha estado tradicionalmente enfocada en adultos mayores con historias laborales formales y en los niños, con los programas de transferencias de ingresos como la AUH. En cambio, los países han tenido más dificultades para ofrecer protección social a los adultos jóvenes”. Para Rofman, entramos en un campo de políticas que son mucho más difíciles de implementar. Lund acota que Suecia y Alemania ya muestran experiencias interesantes al respecto.
Los títulos de papers y seminarios de economía ya no son lo que eran. Un trabajo académico de la segunda mitad de 2017 de los economistas David Autor (un pionero en los estudios sobre futuro del mercado de trabajo) y Anna Salomons se titulóRobocalypse Now, en alusión a la película de Francis Ford Coppola sobre el apocalipsis que significó la Guerra de Vietnam. Un seminario organizado dos semanas atrás por el instituto Baikal se tituló Sueldos y sindicatos en economía cyborg. Ambos apuntan a un tema menos estudiado que el agregado neto de empleos como efecto de la automatización: qué pasará con los salarios en esta nueva economía. Aquí las noticias, como planteaba la preocupación de Della Paolera en aquel simposio organizado por Techint, tampoco parecen ser buenas.
Autor y Salomons aseguran que la revolución tecnológica va a promover la creación de nuevos empleos, pero va a acentuar en paralelo los enormes problemas de desigualdad que hay a nivel global. En otras palabras, muchos de los trabajos destruidos van a ser reemplazados por otros de menor salario y más inestables, como de hecho hoy está pasando en la Argentina y en el resto del mundo. “Los ahorros económicos producidos por la mayor productividad facilitan la creación de puestos en otros sectores de la economía. Pero esta recolocación, sin embargo, suele ser con sueldos más bajos”, sostienen los dos académicos.
En su presentación en el Baikal, el científico de datos Marcelo Rinesi enfatizó el hecho de que si bien la nueva economía es más intensiva en habilidades cognitivas, la parte del león de esta “cognición extra” no reside en los cerebros de las personas, sino en plataformas privadas que trabajan con big data, inteligencia artificial y otras tecnologías exponenciales. Esto es lo que sucede con un experto en marketing que opera principalmente en Facebook, con un conductor que depende de la reputación que le administra Uber o con un médico que contrata Watson (IA) para mejorar su performance. “No hace falta explicar que este es un mundo ideal para los empleadores, porque todo el poder de negociación está en manos de las plataformas tecnológicas y eso achata las perspectivas salariales”, afirma.
“Los nuevos desarrollos en modelos de negocios ( gig economy), software (algoritmos de IA), infraestructura de hardware (Internet de las cosas, robots autónomos), profundizan esta brecha, permitiendo que cada vez más una proporción mayor de los aspectos cognitivos de nuestros trabajos dependan de herramientas externas que no son propiedad de grandes plataformas”, sigue Rinesi.
En este contexto, los sindicatos enfrentan una trampa. “Si los gremios no favorecen la incorporación de nueva tecnología, su sector se vuelve no competitivo y terminan peleando con empresarios y consumidores por una torta de productividad cada vez más chica; mientras que si la tecnología no está difundida, las empresas más productivas tienen poder oligopsónico sobre el trabajo (y por tanto, los sindicatos tienen poco poder de negociación, por más que haya una torta grande de productividad). Puesto de otra forma, lo que se quedan los trabajadores depende de su productividad y de su poder de negociación: lo primero requiere que haya tecnología, lo segundo que muchas empresas la tengan”, razona Rinesi.
Como se ve, esta “transición” enfrenta una caja de Pandora de problemas y desafíos, empezando por la propia noción de transición. Como comentó el creativo Nicolás Pimentel a esta sección meses atrás, los trabajadores de la Generación X tenemos un esquema mental muy arraigado, por el cual suponemos que salimos de un puerto “A” de reglas previsibles, navegamos por aguas turbulentas y sin reglas, pero en algún momento llegaremos a un puerto “B” con nuevas reglas, pero de nuevo estables. “Tenemos que acostumbrarnos e internalizar que eso no va a suceder nunca”, dice el director de la boutique de innovación +Castro. Las olas serán cada vez más altas.
Fuente: Diario La Nación